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Memorias de la Ciudad

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Fantasmas y tesoros en el Centro
Por Matilde Arteaga Duarte

Aguascalientes es una ciudad y un estado con múltiples facetas y ángulos increíbles. Así podemos pasar una noche caminando por sus calles, gozando de su vieja arquitectura y de sus callejones dormidos a la luz de los faroles, buscando las consejas antiguas, que nos hablan de fantasmas, aparecidos y espíritus que vagan por nuestras calles como testigos mudos de un crecimiento que nos asombra y nos deja siempre con la pregunta: Y… ¿ahora qué sigue?
Recorriendo las calles de la ciudad, vienen a nuestra memoria las historias de fantasmas y otros misterios de la ciudad que ahora queremos compartir con nuestros lectores y que sin duda, forman parte de las “Memorias de la Ciudad”, cuya tradición oral pasa de boca en boca y que nos ayuda a construir un tejido social único, en donde la familia como núcleo de unión, comparte a la luz de las velas o en la oscuridad, los relatos de las abuelas, tíos o papás, quienes informan a las nuevas generaciones acerca de los seres de otros mundos, de los misteriosos personajes que brotan de la memoria colectiva para hacer que nuestra ciudad tenga una personalidad única, entre voces y lamentos, sombras y luces de seres extraordinarios que se entremezclan en nuestras historias familiares, vecinales y citadinas.
Las viejas casas del Centro guardan muchas historias de fantasmas y aparecidos entre sus muros.
Nos relatan que había una casa muy vieja en la calle de José F. Elizondo en donde los dueños querían saber por qué había tantas sombras y apariciones y contrataron a un “busca-tesoros” quien al realizar su trabajo, vio pasar a un hombre por uno de los pasillos y le señalaba una baldosa del patio, pero cuando se acercó más, desapareció como por encanto.
El buscador creyó que le señalaba un tesoro y ocultando a los dueños de la casa el objetivo, empezó a cavar a escondidas. Entre más escarbaba, más pesado se le hacía el trabajo y cuando ya sintió algo debajo de la tierra, pensó que descubriría algo. En ese momento volteó hacia una columna del patio antiguo de la casona y ahí vio otra vez al presunto anciano, quien le dijo que ese tesoro no era para él y le pidió que comentara a los verdaderos dueños –quienes eran al parecer parientes del “aparecido”— que ellos eran los únicos que podían desenterrar el dinero y pidió, además, elevaran oraciones por su alma que andaba penando.
El buscador, demudado, abandonó la obra. Volvió a enterrar toda la tierra y les comunicó a los propietarios acerca de su visión y que el fantasma le había informado acerca de que había un “entierro”, pero no les dijo en dónde indicó el espíritu que lo hallarían.
Los propios dueños admitieron que los trabajadores que arreglaban el lugar, nunca terminaban su obra porque los asustaba el fantasma de ese ancianito.
Los albañiles siempre salían con miedo y abandonaban la obra, poniendo pies en polvorosa.
Pero volviendo al relato, el dueño fue al patio y vio la baldosa removida, de ella salía una luz incandescente, entonces su mujer le dijo que ahí había un tesoro. Sin embargo no lo creyó, pero en esa misma noche soñó al anciano, quien se le reveló y le dijo que por su tacañería nunca había querido compartir ese dinero en vida, pero que su alma iba a andar “penando” hasta que alguien de su familia desenterrara el tesoro.
Le comentó a su esposa tal situación, empezó a escarbar y ¡oh sorpresa!, dio con un pequeño baúl repleto de centenarios, con lo que corroboró que el tesoro le correspondía a él y no al buscador contratado, quien aunque nunca quiso decirle nada, no pudo evitar que el destino se cumpliera y el deseo del difunto se expresara fielmente al entregarle sólo a su descendiente ese oro.
Y aquél, justo en el lugar en el que vio a su ancestro de pie, colocó una veladora para darle luz y además, le envió decir una misa.
Acerca de la finca, ya no quiso seguir arreglándola porque iba a destinar mucho dinero o tal vez por miedo de encontrarse de nueva cuenta con el ánima que ahí deambulaba o deambula, ¿cómo lo podremos saber?
Si era mucho o poco dinero, el hallazgo de centenarios de oro, siempre será un misterio, pues de eso nada cuenta la conseja que nos fue relatada por un ancianito en las inmediaciones del Jardín de San Marcos, muy cercano al lugar en donde sucedió este acontecimiento extraordinario del que fue testigo cercano, pero prefirió guardar su anonimato por miedo a que lo crean loco o fantasioso y nosotros cumplimos con relatarlo para ustedes, queridos lectores, dentro de las “Memorias de la Ciudad”, memorias que guardan los ecos de las voces del pasado y también de ultratumba.

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