Aguascalientes

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Los que saben afirman que la necesidad del vestido hizo nacer el fenómeno cultural y comercial de la moda. Se trata de una narrativa que hace de la imagen un lenguaje semiótico al jugar con la condición de ser vistos y agradar a los demás, de manera que los materiales, los diseños y los acabados comunican un mensaje que trasciende con mucho el requerimiento de cubrir el cuerpo, así, la estética de la moda comunica valores, aspiraciones y prejuicios.

A lo largo de los siglos, la moda ha experimentado movimientos circulares; en ocasiones ha sido preeminentemente masculina, en otras afeminada y en otras neutra porque no es ajena a los contextos políticos y sociales, de manera que con las prendas de vestir las personas no solo satisfacen una necesidad, sino que comunican un nivel de vida, un posicionamiento social e incluso una ideología.

Existen estudios dedicados al seguimiento del fenómeno de la moda en el mundo, en esos textos se puede leer que desde el siglo XIV se originó una poderosa industria de distinción social que fue generando un verdadero distanciamiento entre clases y grupos sociales. Así, en el trascurrir de siglos la moda ha dejado sentir su poderosa influencia al imponer imágenes, símbolos y estilos de vida para habitar las prendas que producen las firmas de diseñador y las empresas cuya producción es en serie.

En nuestro tiempo, las prendas de vestir son inseparables de la narrativa implícita en la marca y la publicidad que las acompaña, imponiendo a los usuarios un estilo de vida, unos valores que los separan y distinguen del grupo social. En alguna forma la persona es absorbida por la marca, así, la identidad personal sucumbe al embeleso de cubrir o adornar el cuerpo con telas finas, diseños de vanguardia y accesorios selectos.

El filósofo francés Gilles Lipovestky, nacido en París en 1944, escribió un libro de obligada lectura para entender las enormes y profundas implicaciones detrás de la necesidad de vestir, la obra se llama “El imperio de lo efímero”. En ésta, el autor refiere con gran agudeza como en el tránsito de milenios, la ropa se ha vuelto elemento insustituible del juego de las seducciones, al punto de vivir inmersos en un mundo de imágenes y apariencias donde cuenta más la ropa y los accesorios que se usan, que la persona misma y su mensaje.

La moda ha invadido todos los espacios de la vida, en todas las clases sociales ha trascendido con mucho el ámbito de las prendas de vestir para hacerse presente en cualquier actividad de la vida, en la calle o en la casa. Al tiempo que se introduce con la eficacia de la humedad, también, mediante la reiterada publicidad, hace sentir su carácter inestable y cambiante, obligando a todos al permanente consumo de novedades, volviendo identificables a aquellos que pretenden sustraerse de sus designios.

La dinámica feroz del consumo de moda y el escaso o nulo análisis y reflexión que se le dedica, en realidad alimenta una dialéctica compleja donde quizás la falta de comprensión del fenómeno es proporcional a la sobreabundancia de revistas y publicidad que la muestran como opción y destino del consumidor.

Desde luego, la industria de la moda no es ajena al poder económico y político, precisamente porque marca tendencias, valores y estilos de vida. El consumidor se adecua al mercado con demasiada facilidad, sin tomarse el tiempo para reflexionar sobre la necesidad real y conveniencia de adquirir mucho de lo que compra, porque en realidad el imperativo social de estar a la moda manipula el deseo colectivo de agradar y sentir placer; así, la estética se impone a la ética y la moda gana.

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