Editoriales

SIN MIEDO A LA VIDA

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Por Óscar F. Fernández 

La persona no es sólo un despliegue en el tiempo, tiene biología y biografía. No es un puro resultado, no soy el resultado de mis propias decisiones, porque el ser sí me ha sido dado. Es una misión, no es sólo una tarea, porque la misión implica un destino. Antonio Millán-Puelles decía: “Soy libre, es decir, no estoy hecho del todo, pero soy, es decir, no lo tengo todo por hacer” .

En el dolor los seres humanos podemos ver algo distinto del mero perjuicio: puede rechazarlo o exponerse conscientemente a él. Se puede querer no querer lo que se quiere, tener por vil un deseo. Por un antropomorfismo se atribuye al animal disposiciones humanas: está aburrido, triste, es inteligente, es libre. Sin embargo, en el animal no hay libertad, no se distingue de su naturaleza, es su naturaleza. El hombre, en cambio, tiene a su cargo a su naturaleza, la dirige, por eso el habla, los gestos, la mirada, el temple, la manera de pensar, la libertad, el estilo, la conciencia, el temperamento y tantas propiedades, que el hombre puede tener, son como ramas del mismo árbol. En resumen, todos los hombres son personas: aquel hombre que habla solo y anda con la mirada perdida, es una persona con locura; el enfermo en el lecho del dolor que tuvo libertad, ingenio; el no nacido que vive en el mundo del vientre de su madre.

El ser humano es limitado, como ser vivo que es: nace (es hijo), crece (está inacabado) y muere (es temporal). Limitado, pero con aspiraciones ilimitadas. En su aspirar se pone de relieve tanto aquello de lo que carece como la magnitud de sus deseos. Esto se manifiesta en amar, puede dar y recibir amor. Cada uno es coautor de su propia biografía. Ha de tratar de contar con lo imprevisible (una enfermedad, un accidente, una crisis, e incluso la muerte como interrupción de esa tarea) y con que su vida está hecha de cosas que hace y cosas que le suceden.

Dignidad

Es ser humano es digno, la dignidad de la persona le viene por su naturaleza humana: su inteligencia, su voluntad,  que implica ser libre; y también sus acciones lo hacen más digno o menos digno.

Por ser libre, la persona tiene la posibilidad –en alguna medida- de ser causa de sí mismo. Esto no lo comparte con los animales. La oveja siempre temerá al lobo y la ardilla subirá a los árboles. El ser humano, por el contrario, elige su papel, le coloca sus propios matices: por eso tiene historia. Visto un León, decía Gracián, están vistos todos; pero visto un hombre, sólo está visto uno, y además mal conocido.

Para Kant, (en Metafísica de las costumbres) “la humanidad misma es una dignidad, porque el hombre no puede ser tratado por ningún hombre como un simple medio o instrumento, sino siempre, a la vez, como un fin; y en ello precisamente estriba su dignidad (la personalidad)”. Tomás de Aquino hace radicar la superioridad del hombre en el hecho de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios; y ese mayor grado de similitud se debe a que el hombre posee una voluntad libre, por la cual puede dirigirse a sí mismo hacia su propia perfección. Su dignidad consiste en la peculiar relación que une al hombre al Absoluto.

Entonces ¿por qué el hombre, a pesar de tener la mayor dignidad sobre la tierra, es capaz de acciones indignas? La respuesta se encuentra en que el ser humano es verdaderamente libre.

 

Cfr. PICOS MORENO., Arturo; Maestría en Humanismo, U. Bonaterra, Aguascalientes, México, septiembre de 2005

Cfr. SPAEMANN, Robert, Personas, EUNSA, Pamplona, España, pp.21 a 25

Cfr.  AYLLÓN, José R., A. Fernández y F. Domínguez, Curso de ética para jóvenes, Beityala, 3ª Edición, agosto de 1999,  México, p. 17

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