Editoriales
SIN MIEDO A LA VIDA
Óscar Fernández /Verdad3
Además del relativismo, existe el escepticismo. “El escepticismo no admite la existencia de verdades o valores absolutos, es decir, válidos para todos los seres humanos de todos los tiempos, regiones y culturas. El relativismo los admite, pero relativizados o condicionados al entorno socio-cultural, o sea válidos, sólo en una determinada época histórica y circunstancia socio-cultural”[1].
El escéptico sostiene que no es posible conocer la verdad. Lo que sucede es que no es posible conocer todas las verdades, pero sí muchas, por eso, cuando se discute es porque algo se considera verdadero[2].
Es posible aclarar que la única verdad absoluta es Dios mismo, sin embargo, sí existen verdades. Las posturas subjetivistas son disquisiciones filosóficas que no pertenecen al mundo real.
Para el escéptico nada es preciso ni cierto. Y añade Chesterton, excepto la mente de un pedante. En esos casos digo con todo respeto que no da evidencia de discernimiento mental. No puede ser que no haya nada permanente de cuanto conocemos. Porque si fuera así, no lo sabríamos y no podríamos calificarlo como conocimiento. El hecho de que dos cosas son diferentes implica que son similares. La liebre y la tortuga pueden diferir en la cualidad de la rapidez. Pero, la liebre más veloz no puede ser más veloz que un triángulo isósceles. Y cuando decimos que se mueve una cosa, decimos, sin necesidad de otras palabras, que hay cosas que no se mueven. Y en el acto de decir que las cosas cambian, decimos que hay algo que es inmutable[3].
Verdad se llama al resultado de conocer la realidad. El objeto de la inteligencia es conocer la realidad, alcanzar la verdad, pero sabiendo también que existen límites al conocimiento. La realidad se conoce a través de los sentidos, a esto se le denomina conocimiento sensible, pero existe también un conocimiento racional. Por el uso de la inteligencia se llega a tener la idea de algo, por ejemplo de “perro”; en cambio, cada uno tiene la imagen de un perro muy distinto, aunque el concepto “perro” todos lo entendamos igual.
En la verdad lógica el pensamiento y la cosa, se corresponden. Quien afirma que “tal cosa es su verdad”, lo que en realidad está diciendo es que él piensa las cosas de esa manera, el problema que puede encontrar es que no se adecue a la cosa esa manera de interpretar la realidad. En ese caso estaría en un error.
El conocimiento o alejamiento de la verdad lógica, que suele definirse como la adecuación de la inteligencia con la realidad, dependerá de si existe esa semejanza o no entre ambas. Pero la dificultad que presentan las actitudes subjetivas son más bien teóricas, pues en la práctica no suele existir ningún problema al respecto, ejemplo: si se está a punto de chocar el primer impulso consiste en esquivar el otro auto ¿por qué? Porque si se continúa igual se pegarían: esa es la verdad. Otro ejemplo: si alguien se siente enfermo y el doctor diagnostica colitis y da una receta, pero otro doctor asegura que se trata de gastritis, y se acude a un tercero y al hacer unos estudios afirma que por desgracia se trata de un cáncer, no es posible quedarse tranquilo teniendo el malestar y con tres diagnósticos distintos que requieren tres tratamientos diversos, ha de resolverse acerca de la verdadera enfermedad que se padece. Un ejemplo más: no basta con que el piloto de cada avión decida en qué pista va a aterrizar, ha de hacerlo en la que le indican y así lo hacen en el 99.99% de las veces ¿por qué? Porque esa es la verdad para aterrizar a salvo. Más ejemplos: si se toma una carretera para salir de vacaciones a la Sierra de Durango, no es suficiente saber cuál es “mi verdad” al respecto, porque así las cosas es posible que se llegue a Saltillo en lugar del destino fijado. Los ejemplos podrían ser innumerables: ante un fenómeno atmosférico se quiere saber qué sucederá y por eso se anuncia en las noticias, igual que un problema de tránsito en el D.F. se comunica; si se nos ofrece algo de comer es necesario saber la verdad, si está contaminado o no, si contiene amibas, simplemente si hace daño o alimenta, no es la verdad de cada uno la que interesa, sino la verdad, eso es lo que averigua la Secretaría de Salud. Con el mismo interés por la verdad se invierte o no en unas acciones o se somete alguien a una cruenta intervención quirúrgica que además resulta muy costosa también en lo económico. ¿Por qué multan y clausuran a una gasolinera que vende los litros con menos mililitros? Porque está engañando, no sería defendible la situación del dueño si respondiera: es “mi verdad”. Si fuera cierto que «¿cuál verdad?» Significaría que no lo es ninguna y, en ese caso, ¿para qué conocer la verdad de los candidatos a la presidencia? ¿Para qué saber de sus compromisos y el cumplimiento de los mismos? ¿Para qué defender la vida, la ecología y, más aún, la cultura? ¿Cuál cultura?
En tanto que “certeza” se refiere uno a los grados de convencimiento acerca de la verdad. El más bajo es la duda, y consiste en fluctuar entre la afirmación y la negación de algo. Por encima de la duda está la opinión, por la que se adhiere a algo, pero sin excluir la posibilidad de que sea falsa. El escéptico niega la posibilidad de ir más allá de la opinión. Existe el más alto grado de convencimiento, llamado certeza: la firme adhesión de la mente a un juicio sin temor de error. Se tiene certeza de que el todo es mayor que la parte y que los hombres somos mortales. La certeza se fundamente en la evidencia, y la evidencia es la presencia patente de la realidad. Unas certezas son mediatas y otras inmediatas. En realidad casi todas son mediatas pues es difícil tener certezas inmediatas, por ejemplo, que haya vivido Napoleón y que exista la isla Galápagos, son verdades apoyadas en lo que afirman unas personas. La certeza nace de la evidencia, y ésta de creerle a alguien[4].
[1] MARTÍNEZ SÁEZ, Santiago, Claves para entender el mundo moderno, Minos Tercer Milenio, México, 2006, p. 18 en donde cita a M. Guerra, Historia de las religiones, BAC, Madrid, 1999, p. 6
[2] Cfr. AYLLÓN, José R., A. Fernández y F. Domínguez, Curso de ética para jóvenes, Beityala, Garza García, México, 3ª Edición, agosto de 1999, pp. 29-32
[3] Cfr. CHESTERTON, G. K., “Herejes”, en Obras completas, Plaza & Janés, 2ª Edición, Barcelona, España, 1961, p. 371
[4] Cfr. AYLLÓN, José R., A. Fernández y F. Domínguez, Curso de ética para jóvenes, Beityala, Garza García, México, 3ª Edición, agosto de 1999, pp. 27-28