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Mandela; en la cárcel la libertad
Por Dra. María del Carmen Platas Pacheco

Después de una larga enfermedad, de una vida intensa, sufrida y muy productiva, Nelson Mandela (1918-2013) finalmente ha muerto. En los primeros días del último mes del año 2013, los medios de comunicación de todo el mundo, han dedicado grandes espacios para la reflexión y la biografía de uno de los grandes hombres, líderes del siglo XX; ese anciano africano, sonriente, de modales y gestos amables con libertad interior y desde la cárcel, viviendo una extensa condena de 27 años de prisión, no desfalleció en su lucha por lograr para él y el resto de los africanos negros la libertad, igualdad de trato y de oportunidades en su natal Sudáfrica, se ha anunciado que precisamente este 15 de diciembre será enterrado en su aldea natal, y, por supuesto, recibirá los honores propios de un funeral de Estado.
La muerte de Mandela no sorprendió al mundo, era largamente esperada, pero no por ello menos dolorosa. Sus biógrafos afirman que la enfermedad pulmonar que acabó con su larga vida la adquirió en su juventud, durante los años de cárcel, a consecuencia de la insalubridad de la celda húmeda y estrecha que habitó, sin embargo, desde allí no solo logró el apoyo de millones de sus compatriotas, sino la visibilidad mundial para conseguir la democratización de Sudáfrica y la abolición del apartheid.
Las investigaciones sobre los orígenes tribales de su familia, hacen evidente que Mandela nació en el seno de una familia acomodada, y, hasta cierto punto, con ventaja respecto de otros negros, de hecho estudió Derecho y se graduó como abogado. De manera que haber dedicado su vida a defender la causa de sus hermanos de raza, esclavos y explotados, muestra su gran valía humana. Con el trascurrir de las décadas y con su encarcelamiento, fue trasformando su propio pensamiento, sus tesis de lucha violenta transitaron del odio al perdón, él mismo renunció y propuso a sus seguidores no más muertes provocadas, no más justicia por propia mano, sino buscar el reconocimiento de los blancos por los negros y de los negros por los blancos en condiciones de libertad e igualdad, como constructores de la grandeza africana.
En una entrevista que concedió con ocasión de la recepción del Premio Nobel de la Paz narra cuándo nació en él el anhelo de libertad al que dedicó su vida: No nací con hambre de libertad, nací libre. Libre para correr por los campos cerca de la choza de mi madre, libre para nadar en el arroyo transparente que atravesaba mi aldea. Solo cuando empecé a comprender que mi libertad infantil era una ilusión, cuando descubrí siendo joven que mi libertad ya me había sido arrebatada, fue cuando empecé a añorarla.
En otro fragmento de esa entrevista dice: Me han preguntado cómo puedo aceptar el Premio conjuntamente con el señor De Klerk (Presidente de Sudáfrica) tras haberle criticado tan ferozmente. Aunque nunca retiraría mis críticas, puedo responder que ha hecho una aportación genuina e indispensable al proceso de paz. Para firmar la paz con un enemigo, es necesario trabajar con él. A partir de ese momento el enemigo de ayer se convierte en el compañero de hoy.
Un libro de obligada lectura, para ayudar a entender el fenómeno social y político que encarnó Mandela, es Heroica tierra cruel, obra del periodista inglés John Carlin. Él estuvo allí en Sudáfrica en 1989 cuando Mandela ya negociaba su salida de la cárcel, pero no era simplemente la conclusión de una pena de 27 años de privación de la libertad impuesta por un tribunal de blancos, a un líder social negro, lo que Mandela negociaba era el reconocimiento de la libertad y la igualdad de los negros sudafricanos. Por así decir, no era él quien en lo individual quedaba en libertad, sino sus hermanos de raza, habitantes originarios de esas tierras que eran reivindicados en su derecho y reconocidos en su dignidad. El periodista Carlin refiere las inmensas masacres de los días y semanas previas a la liberación, que llevaron a los blancos en el poder a reconocer lo insostenible de la situación, y a los negros en lucha a dar muestras de una paciencia y generosidad sobrehumanas.
La transición negociada del poder que protagonizó Mandela en Sudáfrica, lo llevaron a la presidencia del país; a la aclamación unánime nacional e internacional y, desde luego, al Premio Nobel de la Paz (1993), honores y responsabilidades que él no quería, y que asumió para dar continuidad a su lucha y legado, también logró la redacción de una nueva Constitución para Sudáfrica que, entre otras cosas, reconoce la igualdad de todos los habitantes y el derecho al voto en los procesos electorales, así, en un par de décadas, le dio la vuelta al atroz desprecio de la vida de los negros explotados a manos de los blancos explotadores.
Al alcanzar la fama mundial que mereció su vida y su lucha, se empeñó siempre en dejar claro que no era ni un héroe, ni un santo, sino simplemente un hombre al que le había correspondido encauzar la liberación de su patria, visibilizando el abuso y la ignominia en que vivía su pueblo ante la indiferencia o la complicidad de las instancias internacionales que durante 44 años permitieron o ignoraron la existencia de esa forma de esclavitud moderna que se conoce como apartheid.
Con su vida, Nelson Mandela ofrece —con hechos— el testimonio de una mente abierta y una voluntad templada en la adversidad, dispuesta a modificar sus posturas y convicciones personales cuando la motivación para actuar en verdad es el bien común. Fue capaz de renunciar a los medios violentos que él empleaba y luchar desde el diálogo por la paz; primero, convenciéndose él mismo y luego logrando negociar con los políticos y hombres del poder a fin de evitar más injusticias y muertes entre la población, pudiendo llevar a Sudáfrica al encuentro con su pueblo.
En la historia mundial, la trascendencia de Nelson Mandela será mucho mayor que los 95 años de su larga y sufrida vida. En la adversidad de sus circunstancias renunció al odio, la división y al enfrentamiento como estrategia política de avance, buscando el respeto, la paz y la concordia. Ante la posibilidad de abusar del poder y perpetuarse, optó por el servicio a sus compatriotas, ante los fanatismos y las exclusiones él eligió la atenta escucha, la inclusión, el perdón y la tolerancia.
Nelson Mandela fue libre desde la cárcel, y la libertad que alcanzó benefició directamente a los millones de sudafricanos que hoy viven en paz y en libertad, desde luego, la pobreza del continente y del país aún es grave, pero están sentadas las bases para el desarrollo social sin exclusiones. El impulso de la vida y obra de este gran hombre esperan el seguimiento y la sensibilidad de quienes gobiernan ahora.
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