Editoriales
RAZONAMIENTO JUDICIAL
México hundido
Por Dra. María del Carmen Platas Pacheco
En estos días se han dado a conocer los lamentables resultados obtenidos por los alumnos mexicanos en las pruebas PISA 2012, que año con año realiza la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) entre los países miembros de ese grupo y, como si en nuestro país faltaran noticas desalentadoras, México ocupa uno de los últimos lugares.
Todos recordamos que el pasado mes de febrero, se promulgó la Ley General de Educación, en medio de grandes muestras de oposición de los maestros, y de grupos políticos que los apoyan y permanecen en ese empeño de desafío y oposición. La ley recién entrada en vigor modifica los artículos 3º y 73 constitucionales, además de crear tres leyes reglamentarias, que, en su conjunto, se proponen mejorar sustancialmente las condiciones de atraso y rezago que evidentemente forman parte del perfil de mexicanos entre los 13 y los 18 años. Es importante señalar que ese segmento de población representa la potencial fuerza laboral y el natural renuevo generacional de nuestro país; de manera que los abrumadoramente mediocres resultados obtenidos son, no solo expresión de vergüenza nacional, sino presagio de la calidad de servidores públicos, gobernantes, legisladores, trabajadores, empresarios, jueces y ciudadanos que ocuparán puestos de responsabilidad y tomarán decisiones de trascendencia nacional durante las siguientes décadas de este atribulado siglo XXI.
Con ánimo de consuelo, hay quien puede afirmar que los actuales gobernantes, servidores públicos y ciudadanos en general no están mejor que los que se ven venir, a juzgar por sus actitudes y desempeño, y es posible que tengan razón. Sin embargo, el tema de fondo no es buscar hasta encontrar vanos consuelos, cierto es que antes no había pruebas PISA o ENLACE que evidenciaran nuestra gran deficiencia acumulada, raíz y fuente de la mediocridad, arbitrariedad y corrupción en que vivimos, haciendo del fracaso y la indolencia un modo de vida, un estilo nacional que en la broma fácil niega la realidad incómoda, festeja la transa y la mentira, al tiempo que renuncia o ridiculiza la obtención de legítimos logros alcanzados con esfuerzo y honradez.
De acuerdo con el referido informe de la OCDE, de los 34 países miembros México ocupa el último lugar en las tres áreas de evaluación: matemáticas, lectura y ciencias: además, el informe refiere a una versión ampliada a 65 países o ciudades, y allí tampoco le va bien a México, se ubica en el lugar 54.
Es preciso reconocer con seriedad y sentido de responsabilidad que este lamentable estado de cosas no es atribuible a la actual administración de gobierno que apenas cumple su primer año de gestión. En el asunto de la educación, en México se han perdido décadas en descalificaciones de partidos políticos y grupos de poder, que han hecho de esta auténtica tragedia nacional un negocio y un medio para obtener beneficios indebidos. Al respecto, Werner Jaeger, explica en su Paidea la necesidad que advertían los griegos de educar simultáneamente la mente y el cuerpo de niños y jóvenes, así, junto con la transmisión de conocimientos teóricos, precisamente matemáticas, lectura y ciencias, sus maestros también les enseñaban aplicaciones prácticas, así, los formaban, además, en el arte y el deporte, solo de esta manera la educación es completa e integral.
Como es obvio, al desvincular o no tomar en cuenta estos elementos en los diversos planes y programas de estudio que hoy existen, lo que obtenemos son esos resultados ínfimos y vergonzosos de nuestros alumnos en cualquier competencia internacional, pero los responsables no son los sustentantes sino sus mentores, quienes se niegan a ser evaluados y capacitados, como si la mediocridad y el abuso poseyeran posibilidades mágicas, generadoras de derechos que ellos reclaman, sin reconocer el grave daño impuesto a los miles y millones de niños mexicanos.
Tal como hace evidente el informe PISA, una vez más, en materia de educación, en México hemos vivido confundiendo calidad con corrupción y mediocridad con cultura e instrucción. Así, para los oportunistas que se han beneficiado de esto, la educación se ha reducido a un asunto de ideologías, confrontaciones y prebendas, es decir, un inmenso y repugnante negocio que ha lesionado el elemento esencial de todo Estado: su población, sus habitantes, quienes sin educación para la vida sana y el trabajo productivo, no pueden competir por empleos bien remunerados, cancelando el desarrollo, no solo de sus vidas con dignidad, calidad y libertad, sino el progreso y el futuro de este país que, como se advierte, se está hundiendo.
La educación es inseparable de la ética, los maestros transmiten con sus conocimientos y, sobre todo, con sus ejemplos esa enseñanza moral elemental que marca la vida de los alumnos. La opción por un trabajo productivo y una vida sana y plena debe estar presente entre quienes se han educado. Ganarse la vida ejerciendo una profesión honrada debe ser el objetivo primario que persiga la educación, cumplir esa meta es inseparable del conjunto de valores y actitudes de respeto al orden y a las instituciones que garantizan nuestras libertades. Es momento de dejar atrás los años perdidos en estériles confrontaciones partidistas y sectarias, decidámonos a avanzar en la dirección correcta, haciendo realidad la educación de calidad que remonte y encare de manera decidida, con rumbo y estrategia clara, el enorme rezago en que vivimos, es preciso entender de una vez por todas que el mejor futuro y las metas de bienestar y desarrollo a las que aspiramos son proporcionales a la calidad de la educación de la población que hará vida, o no, esos grandes proyectos.
Con la evidencia contundente del informe de la OCDE, es claro que, por la falta acumulada de educación, nuestro país se está rezagando y convirtiendo en un problema difícil de entender aun para nosotros mismos. La complejidad, pobreza y violencia creciente de las relaciones sociales en el nivel doméstico, lo mismo que en la dinámica de la comunidad, el municipio o la ciudad está produciendo situaciones patológicas, llevándonos a aceptar como “natural o irremediable” lo que no debe ser y, consecuentemente, debe evitarse por la vía de la prevención o de la sanción, en esencia, de la educación; me refiero, por ejemplo, al consumo de drogas naturales o sintéticas en segmentos cada vez más amplios de la población; a la trivialización de la sexualidad, como materia para el consumo de placeres instantáneos y sin consecuencias, en formas y presentaciones abiertamente pervertidas; a la ociosidad como ideal de vida y a la expectativa generalizada entre los jóvenes de obtener dinero fácil, desvinculado del trabajo honrado y productivo; a los alarmantes efectos de la contaminación y destrucción de los recursos naturales, como si fueran ilimitados y eternos, y como si la responsabilidad y el deber de cuidarlos y aprovecharlos con mesura no fuera personal.
Mucho podemos avanzar si por fin entendemos que la educación de calidad para toda la población es la condición de principio para hacer realidad la mejora en la calidad de vida a la que naturalmente aspiramos; en consecuencia, todas las reformas legislativas son vanas si hacemos a un lado la educación.
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