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RAZONAMIENTO JUDICIAL

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El Premio Nobel de Literatura; escritura sin vanidad
Dra. María del Carmen Platas Pacheco

Cada año, en la bellísima ciudad de Estocolmo, Suecia, hacia la parte final, concretamente el 10 de diciembre, tiene lugar la ceremonia de entrega del “Premio Nobel” a los científicos y artistas que la “Academia Sueca” encuentra con méritos para esa distinción. La razón de que la cena de gala y entrega se realice ese día, es que el industrial patrocinador del premio Alfred Nobel falleció precisamente el 10 de diciembre de 1896, él dejó establecido también, como parte del protocolo, honrar su memoria; de hecho, en su testamento está dispuesto que el Premio Nobel de la Paz, sea entregado en el Palacio del Ayuntamiento de Oslo, Noruega.
Este año 2013, el Premio Nobel de Literatura ha sido conferido a la escritora canadiense Alice Monro, cuyo trabajo a lo largo de muchas décadas, finalmente ha sido considerado para ese galardón; para muchos, punto de llegada de toda una vida dedicada con seriedad al cultivo de las ciencias y de las artes. Desafortunadamente, hace unos días la oficina de prensa del Premio Nobel dio a conocer la noticia de que por motivos de salud, Alice Monro no asistirá a la ceremonia en que sería merecidamente homenajeada.
Al otorgarle el Nobel de Literatura 2013 a Alice Monro, la Academia la ha llamado “Maestra del relato corto contemporáneo”. Se trata de una escritora que conoce y domina como pocos el arte de contar historias discretas y en apariencia sencillas; cuentos cortos narrados con el realismo, la profundidad y la sutileza exquisitas que le han merecido el reconocimiento mundial, sus obras se cuentan por decenas, entre otras colecciones de cuentos cortos se puede mencionar “La vista desde Castle Rock” y “Demasiada felicidad”, traducidos a varios idiomas, además de haber inspirado el guion de diversas películas y series de televisión.
Alice Ann Laidlaw, nació en Wingham, Ontario, Canadá el 10 de julio de 1931, en el seno de una modesta familia de agricultores, inmigrantes escoceses presbiterianos. Desde niña aprendió la disciplina, el silencio, la laboriosidad y la sobriedad que vivía su familia; en ese contexto rural, de extremo frío y precariedad, el lujo y la ostentación en cualquiera de sus manifestaciones debían evitarse, en todo caso era preferible la vida discreta y callada, el trabajo duro y cumplido a tiempo, el ahorro y aprovechamiento de los pocos bienes de que disponían.
Gracias a una beca de estudios y a la realización de trabajos extraordinarios, Alice logró matricularse en la Universidad de Ontario, donde estudió periodismo, pero abandonó la carrera poco antes de concluirla. Cuando tenía 20 años, es decir, en 1951, se casó con su compañero de universidad, James Monro, con quien procreó tres hijas, divorciándose en 1972, durante esos veinte años de matrimonio, se dedicó preferentemente a las extenuantes labores del hogar y del cuidado de sus hijas.
De manera furtiva, encontró tiempo para la redacción de historias breves, relatos intimistas que buscó publicar en periódicos y revistas y que poco a poco la fueron dando a conocer como la destacada escritora que empezó a ser desde los 12 años, cuando escribió su “primera historia”, entonces vivía en la granja familiar, ese medio rural le ofrecía diversidad de elementos narrativos para nutrir su delicada sensibilidad e imaginación, desarrollando su capacidad de observación, como para ir un poco más allá de lo que se aprecia en una circunstancia dada; logró compaginar sus deberes en la granja y la escuela y encontrar el espacio y el silencio para escribir las experiencias que marcarían su vida y su vocación de magnífica observadora profunda y discreta; en 1976 contrajo matrimonio nuevamente, esta vez con Gerald Fremlin con quien vive hasta hoy.
En la historia del Premio Nobel son contadas las mujeres que lo han recibido, de hecho, Alice Monro es la décimo tercera galardonada, y desde luego la primera canadiense en recibir esa distinción. Más allá del honor y la compensación económica que supone el premio, está la mujer callada, discreta, delgada y frágil, deseosa de pasar inadvertida, de aguda mirada, que observa pero no pretende ser noticia; quien recibió la llamada telefónica en que le comunicaban esta “buena nueva” fue una de sus hijas, y Alice al enterarse la tomó con la reserva habitual. En una entrevista que tuvo que conceder al hacerse pública la noticia declaró que “a su edad ya no esperaba recibir nada, y que ciertamente no sabía qué haría con ese premio”.
La aportación de Alice Monro a la literatura en idioma inglés es innegable. A lo largo de décadas, ha cultivado un estilo de escribir propio y bello que logra “atrapar al lector”, el realismo moderno que cultiva, no acude a las grandes introducciones, a las descripciones exhaustivas de escenas espectaculares, escabrosas o complejas; sus relatos se centran en lo cotidiano y común de las vidas de personas ordinarias y sin brillo, para ir mediante la palabra, a lo profundo de las motivaciones humanas, deslizándose con suavidad e ingenio por los pliegues de las pasiones y los sentimientos para desvelar con sumo cuidado las heridas, los secretos, los prejuicios, los miedos, las penas y alegrías que existen en todas las historias de vida. Las penurias de su niñez rural, las dudas y preguntas infantiles que no se atrevió a exponer por miedo a romper el silencio familiar impuesto están en sus bellas y realistas narraciones.
Su padre Robert Laidlaw, fue un humilde agricultor que fracasó en su deseo de sacar adelante a su familia administrando un criadero de zorros, a esa empresa fallida, dedicó gran parte de su poco dinero y, desde luego, todo su esfuerzo, además junto con su discreta y laboriosa esposa, eran asiduos lectores y estudiosos de la Biblia, ésa fue, por así decir, la temprana herencia moral de Alice, a la que se sumarían después sus propias experiencias, su lucha por lograr ingresar en la universidad, su desafortunado primer matrimonio, los nacimientos de sus hijas, la lucha por sacarlas adelante, compaginado las labores del hogar con su necesidad de escribir y publicar; experiencias que hacen que su recorrido vital se mezcle con los relatos de sus historias, ampliados gracias a su delicada pluma.
El objetivo de sus cuentos cortos es darle visibilidad y trascendencia a la existencia de personas humildes y sencillas para quienes la vida casi siempre es dura, nunca les ocurre algo extraordinario, personas que parecen destinadas al olvido, al aburrimiento y a la poca felicidad; ella los rescata con gran sensibilidad, en una forma de literatura que la propia Alice define como “escritura sin vanidad”, así califica el oficio que ha cultivado a lo largo de su prolongada vida, y hoy la ubica en la cumbre de la fama y el reconocimiento mundial asociado al Premio Nobel, que no acudirá a recibir, quizás para ser coherente y fiel a la humildad de toda su vida.
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