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MEMORIAS DE LA CIUDAD

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José Arteaga Pedroza, un poeta de casa para el mundo
Por Matilde Arteaga Duarte

Hablar de un padre entrañable, de un ser humano pleno, es muy difícil porque se corre el riesgo de perder la objetividad, sin embargo, sin desprenderme jamás del corazón, en esta ocasión, las Memorias de la Ciudad van dedicadas a mi padre.
Don José Arteaga Pedroza, a cuatro años de su partida, se agiganta a cada paso de nuestro Aguascalientes, en cada atardecer con vuelo de palomas y meditación de unas santas pisadas de la ciudad que cual monja que reza como él lo reflejó en Ciudad Adentro, su poemario triunfador en los Juegos Florales de Aguascalientes y que atesoró como el premio más querido de toda su vida de triunfos como poeta.
En aquel 1955 en la ciudad de ayer, era todo un suceso el premio de los Juegos Florales, la Flor natural de Aguascalientes había sido ganada por un poeta de casa y hasta la calle de Los Angeles el comité organizador de los citados juegos acudió, en la persona del fallecido maestro Victor Sandoval, para anunciarle a Arteaga Pedroza si triunfo.
Mi abuela, Doña Tomasa, abrió el pestillo de la ventana para ver quien llamaba de mañana y en ese mismo momento, los integrantes del comité le decían que buscaban al poeta Arteaga Pedroza para anunciarle de su triunfo máximo.
El poeta, como siempre, escribía en su estudio-habitación al fondo de la casa, pasando el amplio zaguán lleno de pájaros y flores que mi abuela tenía siempre rebosante de frescura, mientras del manteado se colgaba un sol tibio, atisbando por las macetas.
La noticia llegó a oídos del joven poeta, quien con asombro y e incredulidad recibía la nueva y al ir a la puerta, abría el comunicado del Jurado Calificador, en donde se le notificaba que era el ganador de la justa poética más importante de Aguascalientes y del centro del país, que después se transformaría en el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes que también ha dado lustre a nuestra entidad como tierra de bendición para las letras de México y del mundo.
Pero en el entorno de la provincia de aquellos años, la noticia corrió como reguero de pólvora por la pequeña gran ciudad y las fuentes de la Plaza de Armas y del Jardín de San Marcos saludaron a la consagración de su amado poeta nativo de Aguascalientes.
Una y otra vez, al calor de la velada familiar, en la charla sincera y sin ambages que mi padre solía entablar, comentaba con mucho orgullo aquella vivencia plena de su vida, en la que recibió la Flor natural de manos de la Reina de la Feria de San Marcos, Carmen Landeros Gallegos, en una ceremonia que se efectuó en el Teatro Morelos.
En primera fila, orgullosos, los padres del maestro: Don Pedro Arteaga Alférez, doña Tomasa Pedroza de Arteaga, la novia que después fue la esposa: Elisa Duarte de Arteaga y la madre de la prometida, María Concepción Salazar de Duarte. En la misma fila de butacas estaba don José Landeros, padre de la reina de la feria y sus familiares, quienes junto al orgulloso público aguascalentense y de otras latitudes que abarrotó el histórico Teatro Morelos, presenciaron con orgullo la noche histórica en la que un poeta de casa, nacido en el Barrio de san Marcos, de estirpe hidrocálida cien por ciento, por cuya sangre corrían genes de héroes, de hombres de fe y de liberales, pero también de artistas, uniendo todas esas sangres y esas voces de los tiempos, representaba en esos momentos el momento máximo de Aguascalientes que coronaba el esfuerzo de uno de sus hijos predilectos con la Flor Natural de Aguascalientes, una flor rociada con el agua zarca de sus aguas termales, con el cielo azul que con su manto cubre la antigua ciudad cuatricentenaria y la tierra buena que en su seno germinó los pasos y las vivencias del joven poeta triunfador.
Una flor, que también, fue regada muchas veces con las lágrimas del poeta, pero también con sus manos artísticas, inteligentes y bohemias, para cosecharla después, en esa noche de triunfo que quedó grabada en la historia de Aguascalientes con letras de oro, para la posteridad, como mi padre mismo siempre decía.
Después de esa noche vinieron muchas otras noches de gloria, también de sinsabores y de mil avatares en la pequeña gran historia de una vida de amor por las letras y de puntual
asistencia al cenáculo de las letras, al recinto sagrado de las musas, en el que cada noche y día con día, el gran poeta y ser humano, con espíritu de fe, caminó paso a paso hacia la cumbre de las letras, de la realización humana y espiritual, mediante el arte y el sacrificio en aras de dar lustre a su amada patria Chica, Aguascalientes, la tierra en la que vio la primera luz y en donde cerró sus ojos un 2 de octubre del año 2009, para abrirlos en la Eternidad y seguir iluminando con su alma de artista y su palabra prodigiosa ese Cielo misterioso en el que un día, sin duda, nos reuniremos para nunca más separarnos.
Vayan estas líneas con un abrazo entrañable para el viejo de mi corazón, mi querido poeta de casa, mi amado Don José Arteaga Pedroza, desde la tierra de nuestros mayores, hasta la luz de su estrella luminosa y perenne de poesía.
¡Viva José Arteaga Pedroza! y en donde quiera que esté, reciba el homenaje sencillo y sincero de una hija que siempre lo llevará en su corazón como ejemplo y luz de sus letras. ¡Descanse en paz el ilustre poeta de Aguscalientes y que su en sueño eterno tenga bendiciones para nuestra vida y este nuevo Aguascalientes lleno de luz y de poesía!

 

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