Editoriales

Fui adicto

Published

on

En relación a la polémica de la legalización de la marihuana

Óscar F. Fernández

Soy de Culiacán, Sinaloa, tengo 54 años y empecé a fumar cuando tenía alrededor de 7.

En casa, si me descubrían, me reprendían, aun cuando mi papá fumaba y mucho, aunque no tanto por el hecho mismo de fumar, sino porque lo hacía tras el par de cilindros de gas, que, para mis dimensiones de entonces, resultaba el lugar “perfecto” para ocultarme de la vista de los demás y a la vez podía estar alerta por lo que pudiera ofrecerse.

Aún recuerdo a mi mamá cuando me indicó hace más de 45 años: “sabes muy bien que no quiero que fumes, pero si lo haces, que no sea cerca de los cilindros, porque es muy peligroso… pueden explotar”.

Lo que me dijo fue para mí toda una lección. Descubrí, a los 7 años, que había cosas peores que fumar. Pero ¿cómo sabían que fumaba precisamente ahí? Sencillamente porque no recogía las colillas. El olor de mi ropa no era suficiente prueba, pues toda la casa quedaba impregnada del inconfundible aroma de lo que fumaba mi papá. Hace unos días me comentaba mi hermana mayor que a ella no le molesta, sino al contrario, le agrada, pues le recuerda la casa paterna.

Como he dicho, mi papá fumaba mucho y lo hacía delante de quien fuera, y yo veía cuánto lo disfrutaba. Quizá por eso empecé. Pero a los 7 años no adquirí propiamente el vicio, y además ¿con qué dinero? Conseguirlo no era fácil y sí era un gusto caro para mis amigos y para mí. La adicción la adquirí después, como a los 13 o 14 años. Compraba y fumaba, no ofrecía, porque había compañeros a quienes les habían enseñado a fumar, pero no a comprar.

Finalmente, un día me decidí a quitarme el vicio. Lo intenté 7 veces, incluso pasaron alrededor de 5 años sin fumar en alguna de esas ocasiones, hasta que a la octava vez conseguí dejarlo. En este momento llevo 16 años y pocos días en que esa etapa de mi vida quedó atrás. No ha sido fácil y sí he de reconocer que aún se me sigue antojando. Sin embargo, no estoy arrepentido de haberlo dejado, pues ahora soy más libre, físicamente me siento mejor, no daño a los demás al haberlo dejado, y mis gastos han disminuido considerablemente.

Antes de seguir adelante, he de aclarar que de lo mencionado anteriormente, al decir fumar, me estoy refiriendo al tabaco. Y lo dejé a tiempo, pues desde hace unos años a estas fechas se ve con horror a quien fuma y no se diga si lo hace en público, y peor aún en lugares cerrados, ya casi nadie lo soporta.

Pasando al caso de la marihuana, de su legalización o de la inconveniencia de hacerlo, reconozco no ser experto, pero me hago preguntas y trato de formular reflexiones que quiero compartir.

En primer lugar, me parece que hemos de necesitar distinguir entre lo que es la producción y comercialización, respecto al consumo y los consumidores.

La guerra que se ha suscitado desde hace años por tener la “jefatura” en la comercialización es novedad en muchos Estados del país, pero no lo es en Sinaloa. Son miles los homicidios que se han cometido por esta causa una vez acabada la Segunda Guerra Mundial. Parece que los traficantes no buscan la competitividad impulsando su producto, ofreciendo marihuana de calidad, más económica, con mejor presentación, distribución o rapidez en la entrega; entre ellos existen verdaderas luchas armadas, llevadas hasta la muerte por ser quien “gobierna” la compra-venta en las distintas zonas del país, de ahí el que existan distintos cárteles que llevan su nombre propio.

En caso de que se llegara a legalizar su comercialización y, por ende, la venta clandestina se eliminara, yo me pregunto y lanzo la misma cuestión a quienes leen este artículo ¿se llegará a acabar la violencia que se generaba por la distribución y venta de la marihuana? Personalmente pienso que no. ¿Por qué? Porque cuando se está acostumbrado a un tipo de vida que incluye adrenalina, altos rendimientos, poca o ninguna austeridad y relajamiento de costumbres –pues tengo la impresión que esto es lo que viven quienes hasta el momento se dedican al narcotráfico-, muy difícilmente cambiarán. Esto, en cuanto a su situación una vez metidos de lleno en el negocio. Respecto a su origen, cada narcotraficante tiene su propia historia, sin lugar a dudas muchos son jóvenes enganchados por la ilusión del dinero fácil, otros por tener una verdadera necesidad, y con seguridad habrá todo tipo de casos y circunstancias no fáciles de valorar.

Si usted o yo fuéramos estas personas con el ritmo de vida descrito, al permitir o legalizar el tráfico de marihuana ¿qué haríamos? ¿Dejar ese negocio por la paz? Yo no, quizá, en todo caso, cambiaría el producto, pero buscaría que me diera similares rendimientos económicos para continuar con la vida que hasta entonces he tenido, probablemente cambiaría hacia la comercialización de armas, drogas fuertes, trata de blancas, secuestro, extorsión. Dicen que estas personas prefieren vivir 30 años como Rey y no 60 como buey, o algo así.

Soy de la opinión de que la única manera real de que alguien acostumbrado a las grandes emociones y fuertes ingresos cambie su forma de vida, será únicamente si así se lo propone. Incluso queriendo cambiar todos tenemos la experiencia de lo difícil que es hacerlo y la cantidad de intentos que requerimos. Con esto quiero decir que quienes se dedican al narcotráfico no lo van a dejar porque se legalice ¿qué van a hacer? No lo sé. Lo que sí sé y no tengo ninguna duda es que se requiere querer cambiar y no simplemente ser “engañado” para que deje de haber violencia.

Entrando al punto del consumo y de los consumidores, si se legaliza, empezaría a ser para mí –no sé para usted- una tentación el probarla –hasta el momento no lo he hecho, creo, por lo menos conscientemente-. Pues lo mismo le ocurrirá a los niños y adolescentes, y a personas de la edad de usted y de la mía. Y esto ¿por qué? Porque la normatividad tiene, entre otras cosas, una función pedagógica, ¿qué quiero decir? Que enseña. Si se autoriza su consumo –aunque ya está permitido para quienes son drogadictos en dosis de adición- influirá en quienes no se consideran adictos, ni lo son; y también en quienes solo quieren probar para saber qué se siente. Así se inicia y puede gustar, tanto, que se llegue a ser adicto a la marihuana. Y me pregunto ¿qué de malo hay en hacerse adicto a lo “bueno”? En caso –claro- de que fuera bueno. Nada, si realmente lo fuera. Entonces lo extraño sería porqué desde hace décadas se ha educado a niños y adolescentes: “no te juntes con drogadictos”, “no vayas a tal lugar pues se sabe que ahí venden droga”. ¿Qué mal había entonces que ahora ya no?

Si se legaliza el consumo de la marihuana, no dude usted que al cabo de no mucho tiempo lleve un hijo, una hija, su esposo o su mujer, lleven marihuana a casa. Quizá eso no le moleste, ahora, porque muy pocos saben en México a qué se expone una persona que la consume habitualmente y a qué quienes lo acompañan.

Hasta donde tengo entendido, se empieza por las “drogas blandas” –como se suele calificar la marihuana- y se avanza en su consumo hasta llegar a las “drogas duras”. Y cuando se generalice el consumo de la marihuana ¿se legalizará también la cocaína?

Pero hay otros puntos, para no continuar haciendo “terrorismo ficción” con las drogas que vendrán después. Unas preguntas que puedan ayudar a interrogarse acerca del debate sobre la legalización de la marihuana:

¿A qué edad se va a permitir su consumo? Y ¿qué sucederá con los menores que deseen adquirirla? ¿Habrá quién se las venda? ¿Se les castigará penalmente? ¿Cómo se tratará a los menores que la consuman?

Antes se decía que dañaba, ahora ¿se sabe que no lo hace?

¿Cuál es la experiencia de quienes tienen un hijo, un padre, un hermano o un amigo que consume marihuana? ¿Tiende a aumentar las dosis? Y ¿cuál será la expectativa de calidad de vida de quienes la consumen y de quienes acompañan y viven con esas personas? ¿Su capacidad laboral y la armonía familiar se ven afectadas positiva o negativamente por la adicción a la marihuana y, en qué?

Se nos educa –o por lo menos se intenta hacerlo- para ser mujeres y hombres de bien. En todos los países civilizados y en los no tanto, se ha acuñado como regla de oro de la humanidad el “no hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti”. Si la droga realmente daña a las personas ¿por qué hacerla legal para que pueda adquirirse y consumirse libremente?

¿Cuál es el beneficio o el deterioro físico que causa el consumo de marihuana?

¿Cuál es la influencia psicológica en el ser humano y en su conducta?

¿Existe alguna relación entre marihuana y consumo de alcohol, violencia intrafamiliar, delincuencia, etc.?

¿Qué efectos produce una adición respecto al uso del dinero en el gasto familiar?

Si el humo de tabaco molesta y perjudica ¿se va a permitir el humo de la marihuana? ¿Qué consecuencias tiene en el embarazo y en los fumadores pasivos?

En las cajetillas de cigarro se advierte con severidad de los daños que causa su consumo, en el caso de la marihuana ¿cuáles son las advertencias que se deberían poner?

En esto resulta importante la presentación de estudios serios. Porque es necesario saberlo antes para estar en posibilidad de opinar informado respecto a su legalización.

Personalmente pienso que quienes la comercializan continuarán con algún tipo de negocio que les reporte las utilidades que ya lograban, así que la lucha por el poder y la comercialización es posible que se traslade a otras mercancías, pero la violencia continuará porque en el fondo son las mismas personas con los mismos hábitos.

Respecto al consumo, me parece que si se amplía la legalización de la marihuana afectará a las nuevas generaciones que lo verán como positivo y al tenerla a su alcance, habrá muchos más adictos a ella.

Por lo dicho, me atrevo a opinar que no será bueno el que se legalice, como sí lo ha sido limitar su consumo a los que ya son adictos.
Óscar F. Fernández

 

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

En tendencia

Salir de la versión móvil