Aguascalientes

El ébola de la democracia es la corrupción

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La abrumadora evidencia de corrupción que todos los días exhibe el sistema político mexicano, no deja lugar a dudas del grado avanzado de cáncer social en que nos encontramos, los signos tan evidentes por la virulencia y agresividad del agente patógeno muestran que el cuerpo institucional que sostiene al Estado cada día está más deteriorado.
La corrupción se ha extendido en todos los sectores y direcciones de la actividad social. Así, se habla de la corrupción de la derecha con las evidencias de tráficos de influencias y conflictos de intereses; espectaculares negocios denunciados y expuestos y otras tantas veces repetidos para el beneficio de empresas y grupos favorecidos por el gobierno, donde todos los involucrados ganan a manos llenas, amasan fortunas inimaginables y desde luego sólo los ciudadanos pierden.
Otra expresión de la corrupción es la de las izquierdas y sus permanentes luchas internas por la distribución y ocupación del espacio geográfico y por el acceso a fondos públicos y programas sociales, que se concretan en cuotas de poder e influencias y redes clientelares de violentos movimientos sociales que arman bloques de choque y paralizan la vida ciudadana en diversas regiones del país, siempre dispuestos a ofertar sus servicios y exhibir sus habilidades al mejor postor.
Dentro de la sintomatología de este ébola social, también existe la corrupción endógena, ésa que se ha extendido por las actividades financieras, donde los escándalos por malos manejos en los sistemas bancarios sacuden los mercados y la opinión pública, pero en realidad no pasa, en apariencia, nada. En otra vertiente de este mal se puede advertir la corrupción de los partidos políticos, los medios de comunicación y la mercadotecnia electoral, ésa que echa al vuelo candidatos y presupuestos multimillonarios, exhibiéndolos no como personas de trayectoria moral y profesional limpia, con propuestas y planes de trabajo efectivos, que en realidad ayuden a mejorar el país y la calidad de vida de los ciudadanos, sino como artistas de cine o televisión, donde lo que cuenta es su mejor sonrisa o el ángulo más favorable de su rostro.
En este lamentable y rápido recuento de la extensión del mal, es grave señalar el ínfimo lugar que año con año nuestro país exhibe en los índices de corrupción de Trasparencia Internacional y de su correlativo que está cumpliendo 15 años, Trasparencia Mexicana. Moverse en la escala de los últimos de la lista mundial, desde luego muestra las dimensiones reales del mal social que padecemos al punto de poder advertir una auténtica crisis existencial del Estado y la afectación reiterada a la vida de los ciudadanos y a la sostenibilidad no sólo de algunas instituciones, que sin lugar a dudas han demostrado su ineficacia y falta de pertinencia, siendo obligado señalar que a lo largo de los últimos 15 años, de manera reiterada entre los servicios públicos peor calificados por la ciudadanía en todo el país se encuentran las policías.
Cada vez es más urgente analizar con objetividad los posibles escenarios antes de que termine de colapsar la estructura que articula la institucionalidad a la que llamamos Estado. Reflexionar sobre la gravedad de la situación, de entrada sugiere la necesidad de separar, en el discurso y en los hechos, el hasta ahora binomio estado-gobierno. Si lo pensamos bien, en realidad el mal está localizado en el gobierno, siendo indispensable acabar de una vez por todas con la dinámica perversa de puertas giratorias, permitiendo que los políticos se reciclen en los puestos públicos a lo largo de décadas, generando la corrupción en que se encuentra inmerso nuestro país.
Además, es necesario que los ciudadanos exijan transparencia y resultados a sus representantes, de manera que con ocasión del seguimiento puntual a los políticos, sea posible valorar su comportamiento ético en todos sus actos y por todos los años que dure su nombramiento. Para que esto sea posible es preciso que los ciudadanos respeten las leyes que tenemos y nunca más encubran con su voto a políticos infectados de corrupción.
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