Editoriales
DE PADRE A HIJO, DE AMIGO A AMIGO
Por Óscar F. Fernández
HABLAR MAL DE ALGUIEN
Todos somos capaces de hablar mal de alguien, y, a veces, con bastante fundamento. Sin embargo, tener categoría humana significará reconocer que hicimos mal y pedir perdón –, porque todos tenemos derecho a la buena fama–. Y, ojalá tengamos el ánimo de que no vuelva a suceder[1].
HUMILDAD
Nos hace conocer el límite de nuestras fuerzas, nos revela nuestros propios defectos, no nos permite exagerar nuestro mérito, ni ensalzarnos sobre los demás, no nos consiente despreciar a nadie, nos inclina a aprovecharnos del consejo y ejemplo de todos, aun de los inferiores, nos hace mirar como indigno el andar en busca de aplausos. Es una virtud que, bien entendida, es la verdad aplicada al conocimiento de lo que somos. ¡Cómo se disipa la ilusión que inspirara una persona si al acercársele se encuentra que sólo habla de sí misma! ¡Cuántos se empeñan en negocios funestos sólo por haberse entregado a su propio pensamiento, sin dar importancia a los consejos de los que veían más claro, pero tenían la desgracia de ser mirados de arriba abajo, por ese dios metido y fabricado por su vanidad! ¿Y para qué necesitaba él de consultar a nadie? La elevación de su entendimiento, la seguridad y acierto de su juicio, el alcance de su previsión, el buen resultado de todos los negocios en que ha intervenido ¿a quién se debe sino a él? Si se han superado gravísimas dificultades ¿quién las ha superado sino él? ¿Qué pensamiento se ha concebido de alguna importancia que no haya concebido él? Su mirada imperiosa exige acatamiento, en toda su fisonomía se ve que rebosa la complacencia en sí. Si toma la palabra hay que resignarse a callar. Si se exponen las cosas el semi-dios no se digna prestar atención o interrumpe cuando se le antoja, dirigiendo a otros la palabra. Desgraciado el que desde sus primeros años no se acostumbra a rechazar la alabanza afectada, a dar a los elogios que se le tributan el debido valor. Cuando ocupa ya en la sociedad una posición independiente, se hunde en el goce de sí mismo, degenerando en egolatría[2]. La soberbia ciega tanto al ignorante como al culto, tanto al pobre como al rico, tanto al débil como al poderoso. No se encuentra casi nadie sin esta pasión. Quien sabe dominarse tiene mucho adelantado para conducirse bien[3].
[1] Óscar F. Fernández E. de los M.
[2] Cfr. BALMES, Jaime, El criterio, Librería de la Viuda de Ch. Bouret, México, Nueva Edición, 1930, pp. 242-248
[3] Cfr. BALMES, Jaime, El criterio, Librería de la Viuda de Ch. Bouret, México, Nueva Edición, 1930, pp. 253-257
HABLAR MAL DE ALGUIEN