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Una larga tradición cultural que se remonta a Platón y Aristóteles en el siglo IV a. C., reconoce en la labor de los legisladores el mayor impacto en la educación moral del pueblo. Esto no significa que en estos autores existiera confusión en los ámbitos de la moral y del derecho, al contrario, ellos pensaban que los grandes principios de la moral y de la justicia deben ser referentes obligados de consideración en aquellos servidores públicos que tienen la delicada responsabilidad de elaborar las leyes de la república.
Al respecto, es de obligada lectura el libro IV del dialogo de “Las leyes” de Platón, allí él se refiere expresamente a que las leyes deben ser una verdadera “paideia”, es decir, un instrumento educador de la sociedad, de manera que el ciudadano cumpla la ley porque está convencido de la justicia que ha inspirado a aquellos que así han legislado.
Platón aconseja a los legisladores que redacten sus textos de manera breve y en sentido positivo, evitando la intimidación, el despotismo y las amenazas; que elaboren normas y mandatos justos, precedidos de un breve preámbulo donde el legislador explique con claridad y sencillez, y de modo convincente muestre al pueblo las razones de conveniencia y justicia de cada ley, porque es más sano fomentar la obediencia a la ley por persuasión que por intimidación o miedo.
Es innegable que la labor legislativa es compleja y difícil, por ello se requiere de políticos íntegros, bien preparados y comprometidos con su labor de cogobierno, de manera que al tomar posesión de su cargo sean capaces de ampliar el horizonte de su mirada para anteponer el interés de los ciudadanos por encima de los pleitos, rivalidades y conflictos partidistas que tanto daño causan al país. Que con seriedad se propongan elaborar, más que muchas leyes, leyes bien hechas, sin lagunas, insuficiencias y contradicciones, evitando producirlas al vapor, porque la urgencia no debe ganarle el paso al estudio y la serena reflexión, que frecuentemente deviene en confusas marañas legislativas, productoras de inseguridad jurídica y desde luego de corrupción.
Por su parte, en “La política”, Aristóteles, al referirse el estilo con que se redacten las leyes afirma que debe ser conciso, sencillo y breve, de manera que con la simple lectura el ciudadano comprenda la razón de bien público que inspiran esos textos y al cumplirlos facilite las acciones de buen gobierno. Desde luego esto quiere decir que en su función de legisladores, los políticos deben observar un comportamiento moderado que no los distancie de los gobernados, sino que propicie la libertad y la equidad.
Lamentablemente, en nuestros días con frecuencia observamos en los legisladores y las leyes que producen los defectos contrarios a las cualidades a que nos hemos referido. Al parecer, los criterios con que hoy se mide y valora el trabajo legislativo es en términos de cantidad y no de calidad; sin embargo, producir muchas leyes no equivale a que estén bien hechas y sean justas. Los ciudadanos, como destinatarios de la ley, a menudo advierten la improvisación, la contradicción y la injusticia, lo cual propicia el incumplimiento y la desconfianza.
Platón y Aristóteles coinciden en señalar que los gobernantes deben estar cercanos a los gobernados con su estilo de vida y las funciones que ejercen, evitando gastos suntuarios e inútiles, que lejos de favorecer la democracia más bien la encarecen y la enrarecen. Es tiempo de llamar a los legisladores a la reflexión, a la mesura y a la acción responsable, de manera que los presupuestos públicos, los nombramientos de funcionarios y las leyes que aprueban sean genuinas expresiones del bien común como tarea específica de la política.

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