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El escritor francés, Albert Camus Sintes, Premio Nobel de Literatura 1957, cuenta —dentro de su extensa producción— con una obra publicada justo un año antes de recibir el máximo reconocimiento al que puede aspirar un escritor; me refiero a “La caída”, publicada en 1956, cuando su fama de excelente narrador, ensayista y dramaturgo era ya muy conocida. A su pluma y talento también se deben obras como “El extranjero”, “El rebelde” y “La peste”.
Albert Camus Sintes nació en Argelia en 1913, cuando esos territorios africanos eran colonias francesas, fue el segundo hijo de un modesto campesino dedicado al cultivo de la vid, su madre, Catalina Elena Sintes, además de analfabeta era sorda, de manera que el matrimonio Camus Sintes mantenía a Albert y a su hermana con grandes trabajos, de hecho el padre murió en el ejército cuando el pequeño Albert apenas tenía 2 años. Ante la gravedad de la tragedia familiar, la viuda y los hijos fueron acogidos en Argel, en la casa de la abuela materna, en una de las zonas más pobres de la ciudad, Catalina Elena tuvo que emplearse como sirvienta y con ese modesto ingreso continuó manteniendo a sus dos hijos. Albert y su hermana asistieron a la escuela gracias a una beca de estudios concedida por el gobierno francés a los huérfanos de la guerra. En 1960, a la edad de 57 años, el famoso escritor murió en Francia, en un accidente de tránsito, en el esplendor de su fama.
En el discurso de recepción del Premio Nobel, que le fue otorgado cuando apenas contaba con 44 años, dedica el premio a sus maestros de primaria, aquellos que le enseñaron a leer y le descubrieron el mundo maravilloso que está oculto en las hojas impresas del papel empastado.
En “La caída”, Camus narra la historia de un abogado exitoso. En realidad se trata de un juez penitente, que cuenta el drama de su vida estando sentado en un bar en Ámsterdam, que lleva el sugestivo nombre de “Mexico City”. Al calor de unas copas, el abogado-juez Juan Bautista Clamense, hombre maduro, de buena posición económica, le narra a un interlocutor atento, como estando él en París, una madrugada lluviosa, al despedirse de una amiga empezó a andar sobre el puente que conectaba con la calle, vio caminando a la orilla del río a una mujer joven vestida de negro, bella y esbelta; Clamense siguió su camino sin vacilación, pero alcanzó a escuchar el caer del cuerpo de la joven en el río, y el grito de ayuda que se repitió y después se apagó. El abogado, juez penitente como él mismo se definía, no hizo nada, no detuvo su paso y tampoco avisó a la policía ni buscó ayuda, continuó su paseo en la madrugada lluviosa.
Este relato llena de intranquilidad la conciencia del abogado-juez Clamense. Desde luego no existe responsabilidad civil en él, pero sí responsabilidad moral, y como juzgador que es lo sabe, y ésta es la razón que lo atormenta, en un momento de la historia Clamense, lleno de lágrimas, sentado en el bar frente a su copa exclama “oh, muchacha, vuelve a lanzarte otra vez al agua para que yo tenga una segunda oportunidad de salvarnos los dos…, ahora es demasiado tarde, siempre será demasiado tarde”.
El delicado talento de Camus, para introducirse y mostrar en sus relatos las profundidades del absurdo, la cobardía y la miseria humana, pone al descubierto el drama de la conciencia respecto de la omisión del bien, que en circunstancias concretas de la vida podríamos haber hecho ante la súplica de ayuda, y el mal que dejamos hacer, por frivolidad o para no complicarnos, pero que después se transforma en sentimientos de culpa que golpean la conciencia con insistencia.
Con su relato Camus desnuda y exhibe las entrañas de las motivaciones humanas respecto del mal moral. La viva emoción del abogado-juez Clamense no sólo le lleva a reconocer su culpa, sino la relevancia moral de la omisión que él cometió y que oculta, atormenta su conciencia bajo el disfraz de un hombre maduro, orgulloso y malo que se ha desempeñado en la vida como abogado defendiendo a sus clientes, y como juez impartiendo justicia, en un mundo donde según él no existe la honradez, ni el amor.
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