Editoriales

Viviendo con el enemigo

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La noticia del atentado a una empresa de medios de comunicación en París, ha dado ya muchas veces la vuelta al mundo en los primeros días de este nuevo año 2015. En las primeras horas de la mañana del 7 de enero, tres hombres portando armas de grueso calibre y con el rostro cubierto, abrieron fuego en la calle y entrada a las oficinas de una polémica revista, causando la muerte a doce personas y dejando heridas a muchas otras; vidas humanas cegadas, truncadas sin solución de continuidad, proyectos, planes y afectos que las balas impidieron que se realizaran, llenando de dolor a las víctimas y a sus familias.
Como es natural el miedo y el repudio ante estas acciones es unánime, no sólo entre los franceses que viven en carne propia esta tragedia, sino en todo el mundo que desde luego no está exento de sufrir actos cuya brutalidad y violencia hacen evidente la fragilidad de la vida humana y la imposibilidad real del Estado de proteger a su población y contener las iniciativas delincuenciales y los movimientos radicales de aquellos que amparados en una ideología, pretenden imponer a todos, a sangre y fuego, su visión del mundo, como estamos viendo.
Desde luego, el asunto de los migrantes es muy complejo. En el caso de Europa se trata de millones de personas que han entrado al continente provenientes de América, Asia y África en busca de oportunidades que sus países no les ofrecen, estas personas no traen consigo bienes materiales, pero sí su idioma, religión y cultura. Por supuesto, ya llegados a su lugar de destino intentan sobrevivir como sea posible y en esa dinámica no adquieren la nueva cultura y religión del país al que migran, en cambio, en alguna medida sí aprenden el idioma, sociológicamente este modo de proceder es explicable, hacen clanes, grupos y fraternidades para enfrentar juntos su aventura en el nuevo país, pero siempre desde la periferia y marginalidad, conservando sus tradiciones, hábitos, valores y costumbres.
Los migrantes, y no sólo los recién llegados, sino los de varias generaciones, es decir, los ya asentados e incluso con hijos nacionales del país, con frecuencia no se integran a la población, en sentido estricto siguen siendo extranjeros, dando lugar a la marginación y al racismo; en el peor de los escenarios sociales, nuevas generaciones, hijos de migrantes que ya son ciudadanos de pleno derecho, pero que se consideran separados o apartados de la sociedad y de la población del país que habitan.
Una enorme labor de asimilación e inculturización de esos migrantes es asignatura pendiente de los gobiernos de Europa, y es paradójico lo que ahora ocurre en Francia, tierra de la Ilustración y del liberalismo, cuna de grandes pensadores que han hecho de la “libertad, igualdad y fraternidad” un modo de vida. En este caso en particular, se sabe que de los atacantes del pasado 7 de enero por lo menos alguno de ellos es francés y todo el grupo es de origen argelino, es decir, el problema sociológico está allí, planteado, vivo y actuante; miles, posiblemente millones de personas migrantes se han asentado en Francia y en otros países de Europa, sin integrarse a la cultura local, pretendiendo conservar, y en algunos casos, imponer su cultura y religión, negando con sus acciones el derecho, la cultura y las instituciones que rigen en el país que los ha acogido.
Como es evidente, la labor política y sociológica que supone completar con éxito el tránsito de migrante a asimilado, y finalmente a connacional y ciudadano, exige un gran esfuerzo de todos los involucrados, de manera que juntos construyan la patria y la ciudadanía común; ésa es la riqueza de muchos países cuya población es fusión de razas.
Los discursos de odio y segregación solo pueden producir más violencia, no es posible pretender que el terrorismo de las armas y los homicidios se combate con el terrorismo de la separación y el aislamiento; desde luego los fanatismos y radicalismos siempre deben ser sofocados, desalentados y erradicados, evitando las generalizaciones apresuradas pero imponiendo el respeto al orden jurídico, la cultura y las instituciones de cada país.
Tan solo en Francia se calcula que la población ya nacional de origen árabe es de entre 4 y 6%, y algo similar ocurrirá en el resto de los países de la región, en otros siglos de la historia, los europeos fueron grandes colonizadores y conquistadores, acumulando riquezas y poder territorial; en el presente, los habitantes de aquellos pueblos antes conquistados ahora exigen de los europeos un gran esfuerzo nacional e institucional de acogida, entre otras razones para evitar que se generen movimientos y grupos terroristas y fundamentalistas, que con sus discursos y acciones violentas pongan en peligro la paz social y la estabilidad económica, auténticos patrimonios de la humanidad.
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