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Ucrania y Crimea; ambición y poder

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En las últimas semanas, la Península de Crimea ha alcanzado gran atención y notoriedad por el conflicto de división territorial impulsado por Rusia en perjuicio de Ucrania, país al que pertenece la referida península, situada al norte del Mar Negro. La situación geográfica de este país, las riquezas agrícolas de sus suelos y la enorme heterogeneidad de su población, explican en parte su debilidad para conservar su soberanía e independencia.
Ucrania es un país situado al Este de Europa, precisamente entre el bloque de países que integran la Unión Europea y la Federación Rusa; su compleja geografía se hace evidente al compartir frontera con siete países, a saber; Rusia, Bielorrusia, Polonia, Eslovaquia, Rumania, Hungría y Moldavia; además, en su parte peninsular colinda al Mar Negro, precisamente esa región que baña el mar es la Península de Crimea, gran parte de su territorio es montañoso y ondulado, apto para la agricultura de cereales y vides, posee también bosques, lagos y tres ríos de enorme caudal, en general el clima es frío, pero en la península es templado.
La superficie territorial de Ucrania es de 603,700 KM2; de hecho se ubica entre los países más extensos de Europa, ligeramente mayor que Francia, y poco más de tres veces menor que México; su población (mezcla de turcos, rusos, polacos, griegos y mongoles) es de poco menos de 46 millones de habitantes, la mayoría se dedica a labores del campo, con importantes problemas de migración entre personas jóvenes, se calcula en millones los jóvenes que han conseguido trasladarse a Europa. Además, desde hace más de diez años el índice de natalidad es negativo; el ingreso per cápita es de 3,894 dólares anuales, esto lo ubica como un país de renta y escolaridad baja. Aun cuando el idioma oficial es el ucraniano, la mayoría de la población es bilingüe ucraniano-ruso, y se definen como católicos ortodoxos; solo por establecer algunas referencias, en México el ingreso per cápita se calcula en 10,635 dólares anuales y la población es de cerca de 113 millones, para una extensión territorial cercana a los 2 millones de KM2.
Así las cosas, para sorpresa del mundo, hace unas semanas se concretó en Ucrania un “plebiscito a modo”, ordenado y auspiciado por el Presidente de Rusia Vladimir Putin; derivado de esa consulta el pueblo de Ucrania decidió dividirse y anexar la Península de Crimea a Rusia, partiendo en dos la unidad territorial y social de Ucrania. Desde luego, el rechazo mundial a esta acción se ha dejado sentir y escuchar, sin embargo, “la mayoría” de los ucranianos, “libre y legalmente” votaron esa decisión. Por supuesto, éste es un hecho sin precedente después de la Segunda Guerra Mundial, la tensión y la presión internacional están sobre el Presidente Putin, que con esas acciones ha concitado una amplia alianza de países y gobiernos de Europa y América que miran con repudio esas acciones.
Para entender las motivaciones del Presidente Putin, es necesario recordar que previo a estos acontecimientos el Presidente de Ucrania, Víctor Yanukovich (quien fue boxeador profesional antes de ser presidente), fue derrocado; para muchos él era una persona impuesta y sometida al propio Putin. Este gobernante estaba a punto de firmar un acuerdo comercial con la Unión Europea, pero en el último momento Putin le ordenó que se desistiera de los compromisos comerciales y esto provocó la molestia de miles de ucranios que salieron a las calles a exigir la renuncia de ese gobernante manejado por Rusia. Como es sabido, las protestas callejeras fueron reprimidas por el ejército, esta violencia oficial radicalizó las molestias de la población y el Presidente Yanukovich tuvo que renunciar y refugiarse en Rusia, hecho que alentó el sentimiento de antipatía de parte de los ucranios por el gobierno de Moscú.
La respuesta de Putin fue anexar Crimea a la Federación Rusa. De hecho, por tratarse de un área estratégica con salida natural al Mar Negro, esta península es especialmente atractiva, y desde luego, Putin lo sabe. Hasta ahora, la líder de la Unión Europea, la alemana Angela Merkel, había conseguido avanzar en su proyecto económico unificador de Europa, sin entrar en conflicto con Putin, evitándolo siempre; sin embargo, el escenario ha cambiado, una buena parte del petróleo y del gas que se consume en Alemania es de procedencia rusa, y las manufacturas que se consumen en Rusia, son, en parte, de procedencia alemana. En este asunto ambos tienen mucho que perder, precisamente por los enormes intereses económicos que transitan entre países, de manera que la posibilidad de concretar sanciones económicas por parte de la Unión Europea como medida de presión, es difícil y muy riesgosa, y tanto Putin como Merkel lo saben.
Con estas acciones de anexión, el Presidente Putin pretende enviar un mensaje a la Unión Europea y al mundo, respecto de la imposibilidad de “negociar” tratados comerciales con sus vecinos sin tomarlo en cuenta, de manera que, de momento consigue evitar la entrada del euro en su zona de influencia, al tiempo que ensancha sus fronteras, y corrige, hasta donde sea posible, lo que en el año 2005 él mismo llamó la mayor catástrofe geopolítica del siglo, esto es, el colapso de la Unión Soviética.
En algunos de sus discursos, al parecer, el Presidente Putin ha insistido en que su papel como gobernante consiste en restituir la grandeza de Rusia y evitar que se contamine de la decadencia moral de Occidente.
Más allá de la emotividad o verdad de esas afirmaciones, lo cierto es que Rusia, a lo largo de la “era Putin” se ha petrolizado como nunca en su historia, trayendo, como consecuencia, el estancamiento de la industria y del desarrollo tecnológico. Al ser proveedor natural de gas y petróleo para Europa, ciertamente ha mejorado el nivel de vida de la población, pero aún está muy lejos de encontrarse en niveles de satisfacción, tal como viven algunos de sus clientes europeos, donde las oportunidades de empleos bien remunerados y los desarrollos industriales, científicos y tecnológicos son reales y están a la vista.
Contener las aspiraciones de la población rusa por una mejor calidad de vida, unido al deseo de apertura cultural y moral que la globalización y las redes sociales han impuesto al mundo, puede ser el factor que detone una especie de “primavera rusa”, a la manera de las ocurridas en los países árabes, también productores de petróleo, pero cuya riqueza es de unas cuantas familias y el grueso de la población vive o sobrevive en condiciones de carencia e insatisfacción. En la última edición de la revista Forbes, en la que se publica la lista de las personas más ricas del mundo, aparecen más de 15 rusos, dentro de los primeros 150.
Pasado el impacto mediático, el golpe político y psicológico de anexar Crimea, de esa manera, a la Federación Rusa puede resultar contraproducente para las pretensiones del Presidente Putin. Al dividir al pueblo y territorio de Ucrania, no solo se aleja de los valores de respeto y autodeterminación de los pueblos que Occidente ha sostenido, sino que de cara a la misma población rusa, al pretender evitar que entre en contacto con el mundo globalizado y multicultural, les está enviando un mensaje que bien puede concitar en su contra la voluntad de la mayoría, poniendo fin a su deseo de permanecer en el cargo como líder y artífice de la grandeza rusa.
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