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Legislar a ritmo futbolero

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Con frecuencia, los manejadores de campañas de opinión utilizan la táctica de generar fuentes de desvió de atención para que los ciudadanos no se fijen en los asuntos de interés nacional, distrayéndolos con la espectacularidad de otros acontecimientos. Así se explica “la jugada” que ya se anuncia: de legislar y aprobar las leyes secundarias de las reformas constitucionales en curso, precisamente en días y horas coincidentes con los partidos que jugará la selección mexicana. El recurso por burdo y reiterado ofende.
Al parecer estamos viviendo unos meses extraños. El periodo ordinario de sesiones del congreso se agotó y literalmente en “tiempo extra” los legisladores nacionales a tono con los tiempos del Mundial de Futbol en Brasil —que está por arrancar— se proponen driblear y fintar al pueblo de México, capturado por la emoción, con su mirada y mente en la televisión y una vez más, cuando todos estén absortos por el balón y la patada, hacer la chamba que sus patrones, los señores del dinero y del poder en este país les ordenan, es decir, aprobar sin estudio sereno, diálogo y reflexión las mejores leyes para este país que les paga por el trabajo que no hacen.
Estamos iniciando el sexto mes del segundo año de la actual administración. Para todos efectos, ya se consumió el primer cuarto del tiempo del sexenio y en la cancha nacional se ven con claridad dos equipos: de un lado los ciudadanos desesperados, desesperanzados y fastidiados, víctimas de más impuestos (los contribuyentes cautivos) y sin ninguna señal cierta y clara de avance, mejora o cambio; palabras, discursos, anuncios en radio y televisión y la compleja realidad de todos los días; el dinero alcanza para menos, los servicios públicos son deficientes, insuficientes o de plano inexistentes, la inseguridad, la pobreza, la basura, el descuido y el caos son el paisaje cotidiano del habitar nacional.
En el otro lado de la cancha se encuentran los jugadores del gobierno, llenos de cifras, datos, gráficas, explicaciones eruditas y proyecciones macroeconómicas para justificar que ya mero, que todo lo hecho, aunque doloroso, es por el bien del pueblo y a pesar de que las proyecciones de crecimiento de la economía nacional deban ajustarse nuevamente a la baja, todo será pasajero y dicen ellos, que no obstante el escepticismo se ha recaudado más y creceremos.
El descontento de la ciudadanía y la incomprensión del gobierno son los sentimientos que perciben los equipos en la cancha nacional, haciendo evidente la falta de entusiasmo para mirar el futuro y creer que inmersos, como estamos, en el horizonte complejo del mundo, es decir, en medio de las gravísimas crisis económicas y sociales en Europa, Asia, África, Estados Unidos y latinoamericana, México tiene posibilidad de salir bien librado con el bloque de reformas que está impulsado como estrategia central del juego nacional para hacerse de un marcador favorable, lamentablemente ese discurso de la dolorosa terapia para restaurar la salud nacional no se ve, ni se siente, ni se advierte como posible.
La garra y convicción que requiere el equipo nacional exige claridad y credibilidad en los operadores de este gran paquete legislativo con el que se proponen mover a México en la dirección del desarrollo, la justicia y la paz. El problema es que hasta el momento no han dado señales ciertas y contundentes de que en verdad están convencidos que lo pueden lograr. Los escándalos de impunidad, incontenida violencia y corrupción rampante —que también son noticia de todos los días— no dejan lugar a dudas de la tibieza en atajar ese gravísimo flagelo nacional que es el cuidado, y posiblemente la indiferencia y gracia son cómplices que permiten actuar a los ricos y poderosos políticos y empresarios que nunca pierden, esos cuyo ritmo de crecimiento en sus fortunas personales siempre va en aumento, independientemente del color de la camiseta de la selección gubernamental en turno.
Una mirada atenta sobre la trayectoria de nuestros últimos cinco sexenios nos remite inmediatamente al afán reformista. Así, una y otra vez, el campo, la educación, la salud, el régimen fiscal, la seguridad, el comercio, el equilibrio electoral, etc., etc., han sido materia de su interés y gestión. Llama la atención las vueltas en círculo que sexenio tras sexenio reiteradamente nos llevan al mismo lugar, impidiendo superar el punto de arranque o inicio. La pobreza crece y la desesperanza también en este país donde la mitad de la población vive en esa inhumana condición de precariedad y falta de horizonte, que también se niega para los jóvenes urgidos de empleos y salarios dignos. En su oportunidad, cada gobierno ha dicho que lo hecho antes no era lo adecuado, en consecuencia se hacían necesarias las reformas, propuestas e impulsadas por cada uno, apelando a la paciencia, al sacrificio y a la confianza de los ciudadanos para que con el paso del tiempo y las nuevas legislaciones en curso todo cambiaría para mejorar, lo cierto es que hasta hoy no ha sido así, en las horillas del tiempo se han dejado postergadas las promesas de arranque sin concreción ni resultados favorables.
Esta dinámica nacional de fe, esperanza y decepción explica el agotamiento y la renovación del ciclo cada seis años y la conciencia colectiva de saber que igual como le ocurre a la selección nacional en cada mundial, nos consolamos con la lástima compartida que producen los malos resultados alcanzados, sabedores que vendrán otras oportunidades y quien quita y en una de ésas por suerte o magia ahora caiga el gol, ahora sí pasemos de los dichos y deseos a los hechos, objetivo que se ve difícil de alcanzar cuando la propia autoridad recaudadora es la que se encarga de ajustar su pronóstico de crecimiento.
En lo que va del año, es decir, mes a mes, las modificaciones a la baja confirman el pesimismo colectivo, de 3.9, ahora se nos anuncia que creceremos 2.7 y esto sin desconocer que aún faltan seis meses y que, desde luego, puede seguir bajando. Remontar el marcador negativo que tenemos es el auténtico reto de las acciones de gobierno, que deben ser firmes y consistentes en el terreno del juego nacional, urge reconocer que la realidad no se modifica por decreto o consenso legislativo, sino trabajando en conjunto por el bien común.
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