Editoriales

La corrupción ¿somos todos?

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La pregunta que da título a esta colaboración no es ociosa ni irrelevante, la robusta y milenaria presencia de servidores públicos que con sus modos de ser y hacer en la dinámica social, tuercen el significado de las leyes, haciendo de la apariencia y la simulación un modo de vida aceptado, e incluso tolerado y deseado por los ciudadanos, debe llamar nuestra atención y no sólo desde una perspectiva académica o teórica, sino desde el impacto destructor que causan al orden y la dinámica social.
El fenómeno de la corrupción posee una presencia longeva y global en los procesos políticos, económicos y sociales; advertir su abierta evidencia en ciertas sociedades y su discreción casi imperceptible en otras, como un mal unido a las dinámicas humanas quizás sea un asunto de matiz y no de existencia.
A pesar de que el asunto sea tan antiguo, llama la atención que la literatura especializada posea presencia específica hasta la década de 1990. Por esos años se planteó un ambicioso programa de acciones en Europa, más allá de las confrontaciones teóricas, ideológicas y religiosas, y de la exhortación a la denuncia ciudadana; entonces se produjeron interesantes estudios, foros y reflexiones que contribuyeron a crear un acervo de literatura especializada, y de obligada consulta sobre el tema.
En 1994, el gobierno italiano, apoyado por la sociedad, lanzó un fuerte programa anticorrupción conocido con el nombre de “manos limpias”, con éste se pretendió erradicar la fuerte corrupción existente entre los impartidores de justicia (jueces y magistrados) y los abogados postulantes de las causas. La gravedad de los casos que salieron a la luz y el alcance de los debates sostenidos, trascendió al punto de convertirse en un asunto global que llevó a repensar, definir y acotar los procesos de selección, evaluación, remoción y promoción de quienes imparten justicia. Entre otros frutos de esos acontecimientos no exentos de dramatismo, se advirtió como indispensable la existencia de códigos de ética judicial y de escuelas especializadas en la formación judicial, con especial énfasis en la necesidad de considerar el factor humano de integridad de vida en los potenciales candidatos.
También, desde los abogados del foro se desarrollaron interesantes reflexiones y se definieron mecanismos de colegiación obligatoria, de actualización periódica y de expediente limpio en la postulancia de causas ante tribunales. Además, desde aquellos años y hasta la fecha, se han realizando importantes esfuerzos de formación de policías, ya que en ellos reside el encuentro primero del ciudadano con la autoridad, que debe ser transparente y apegado a derecho.
Desde luego, el fenómeno de la corrupción es multidireccional en su gestación, al menos un sujeto con poder político real ofrece, sugiere, permite o acepta acciones indebidas a cambio de algún beneficio directo o indirecto, que aun cuando se oculta es real; además, los efectos de los actos corruptos poseen efectos expansivos que, con frecuencia, son incontrolables para los propios protagonistas.
Sensibles a las consecuencias de las dinámicas corruptoras, en la última década se han producido tres documentos de la mayor importancia desde la ONU. Se trata de tres Convenciones Internacionales: la del Sistema de Naciones Unidas, la de la OCDE para combatir el cohecho en las transacciones internacionales, y la de la Organización de Estados Americanos. Tres documentos de alcance internacional que México ha suscrito y, en consecuencia, en plena vigencia de las reflexiones sobre los derechos humanos, que desde luego obligan.
No obstante, la existencia de estos documentos no se ha impedido que el fenómeno de la corrupción avance y se siga extendiendo, en consecuencia, es preciso hacer una reflexión más profunda para tomar decisiones que incidan en la necesidad de revisar críticamente las estrategias anticorrupción, que, como tristemente se advierte, vienen fallando hasta el día de hoy.
Los estudios de campo sobre este asunto demuestran que la estrategia de denuncia —por parte de la ciudadanía— de actos de autoridad corruptos, en contadas ocasiones permiten el acceso pronto y expedito a la acción de la justicia, todo lo contrario, está documentado que en muchos casos el ciudadano que denuncia es afectado en sus bienes o persona, además de que su núcleo familiar se expone a represalias, o incluso al rechazo de sus más cercanos.
En el seno social las prácticas corruptas obedecen, en el fondo, a la falta de educación escolar y para la vida productiva y ciudadana, de manera que las conductas corruptas no se advierten como nocivas para el bien común, por regla general se toleran, pretendiendo que con eso se evitan ciertos males, aun cuando también se advierte la imposibilidad de conseguir ciertos bienes.
En una imagen que hoy forma parte del álbum de la vergüenza e ignominia del Partido Acción Nacional, concretamente, el 9 de febrero de 2002, —siendo Presidente de México— Vicente Fox invitó a todos los funcionarios públicos panistas (cerca de 4,000) y, desde luego, a los miembros de su gabinete en pleno, entre los que se encontraban su esposa y el entonces Secretario de Energía, a la postre también Presidente de México, Felipe Calderón, a que juraran lealtad a México y al Código de Ética de los Servidores Públicos, que según se dijo entonces sería guía e inspiración de todas sus acciones.
En los 34 postulados de ese documento, asumieron, entre otros compromisos, el de no usar su cargo para el enriquecimiento personal o familiar; aplicar correcta, transparente y responsablemente los recursos públicos, evitando la discrecionalidad o el desvío. A doce años de distancia y en medio de los gravísimos señalamientos de corrupción —que en estos días han alcanzado la primera plana de los periódicos— protagonizados precisamente por aquellos que se comprometieron a honrar su palabra con la coherencia de sus acciones, es evidente la profundidad del daño moral causado a México, no solo por los enormes quebrantos económicos, expresiones de avaricia de familiares y amigos, sino porque con esas acciones de grosera impunidad, la credibilidad, el respeto y la confianza en los políticos se han vuelto, para la mayoría de los mexicanos, decepciones reiteradas que producen indignación e indiferencia, muy peligrosas para la paz social que necesitamos. La corrupción política es una forma de violencia social que contamina absolutamente la vida institucional, poniendo en grave peligro la existencia misma del Estado.
A pesar de la evidencia en contra, las personas no deben habituarse a desear lo indebido como paisaje realista y destino manifiesto de los mexicanos exitosos. Urge desarrollar, mediante la educación, el ejemplo, los hábitos, valores y actitudes honestas, referentes de vida para que nuestros jóvenes y niños entiendan y respeten el orden moral y social, condición del bien común. La corrupción es violencia que cancela la paz y la esperanza.
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