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Felipe VI, infancia es destino

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La historia contemporánea de España está a punto de vivir una transición más en el contexto de una muy grave recesión económica y de un, aún más grande, descontento social que amenaza con sabotear el acto de coronación, o por lo menos evidenciar al mundo el deseo de miles y posiblemente millones de españoles de hacer patente su disgusto con la monarquía y la familia reinante.
En esta dura transición del siglo XX al XXI, desde luego se hacen necesarias las revisiones en diversos órdenes de la realidad social y, por qué no decirlo también, las rectificaciones susceptibles de múltiples reflexiones. Sin incurrir en una flagrante negación y violación a la historia, es necesario reconocer los grandes aportes del Rey Juan Carlos a España, ahora abdicante después de 36 años de reinado en que con sus luces y sus sombras hizo posible la construcción y consolidación de la democracia española. El gran talento político que le caracteriza facilitó la salida tersa, si cabe, de la dictadura franquista y el natural advenimiento de la era constitucional y del estado de derecho para el pueblo de España, esos logros constituyen las páginas más logradas de su trayectoria y biografía de rey facilitador y artífice de la democracia.
En el otro segmento de la gestión monárquica de don Juan Carlos, se encuentran hechos lamentabilísimos de abusos políticos, excesos morales e incluso de corrupción que han tenido como protagonistas al propio rey o a sus hijas y yernos; esa mezcla de aciertos y desaciertos se encuentra hoy aderezada por la ola de inconformidad social, desempleo e inseguridad que se ha estacionado en una franja muy extensa de países europeos. En ese contexto, el 26% de la fuerza laboral de España está parada y se cuentan por millones quienes no han recibido los beneficios de calidad de vida que tanto prometió la “comunidad Euro”; esta gran insatisfacción social ha ido en aumento desde 2008, año en que dieron inicio las manifestaciones multitudinarias —que aún no paran— ocupando vialidades y estrangulando la vida y las dinámicas sociales.
Con bastantes titubeos y cambios de fecha, se ha anunciado que el 19 de junio tendrá lugar la ceremonia de coronación de Felipe Juan Pablo Alfonso de Todos los Santos de Borbón y Grecia, hasta ahora Príncipe de Asturias, de 46 años de edad, casado con Letizia Ortíz, mujer que no pertenece a la nobleza y con quien procreó dos niñas.
Desde 1975, España es un estado cuya forma de gobierno es la monarquía parlamentaria. El Rey no es una mera figura decorativa y social que reina pero no gobierna, todo lo contrario, es el Jefe del Estado, de manera que esa forma de organización política permite llamar con propiedad a España con el nombre oficial de Reino de España.
Además, el Rey de España es la máxima autoridad militar y política del país y está exento de toda posibilidad de ser juzgado por los tribunales civiles, se trata de una enorme responsabilidad y poder que caerá, junto con la corona, en la cabeza y en los hombros del hasta hoy Príncipe de Asturias, quien en las escasas entrevistas que ha concedido ha sido enfático al declarar que está listo y dispuesto para gobernar y servir a su pueblo.
Lejanas en el tiempo quedaron las fotografías de la familia feliz de los monarcas españoles, la abdicación de don Juan Carlos hace evidente las insuperables divisiones existentes al interior de esa corte. Al parecer, las hermanas de Felipe, Elena y Cristina, eligieron mal a sus consortes, quienes se han visto envueltos en graves escándalos de corrupción que desde luego afectan significativamente el prestigio de la corona y de la familia reinante. Es justo reconocer que la cacería de elefantes en Botswana, África y la fama de infidelidades matrimoniales, que también se le atribuyen a don Juan Carlos, pintan un escenario enormemente complejo para el futuro monarca, de quien no se pronuncian comentarios negativos, pero tampoco positivos. El asunto medular para Felipe, al menos en el primer tramo de su reinado, será la labor de pacificación social, de acercamiento a un pueblo disgustado por los temas económicos, y desencantado respecto del valor, significado, prestigio y brillo de su monarquía.
Un halo de misterio y fantasía hilvana los hilos que tejen las historias de las casas y familias reales en todo el mundo. El cuidado de las formas, ceremonias y protocolos es parte de los elementos que sostienen el discurso colectivo para aceptar que en plena era del reconocimiento de la igualdad de todos los seres humanos, como condición de la vivencia real de los derechos humanos, existan personas cuyas vidas transcurran rodeadas de privilegios, lujos y comodidades de las que disfrutan literalmente por derecho real, que no humano, de haber nacido en ese contexto monárquico.
En el extremo opuesto, justo es señalar que hoy también existen países y gobiernos en Asia y África que abiertamente hacen caso omiso de los derechos humanos y su indiscutible vigencia universal. En esos estados haber nacido mujer exige un trato discriminatorio de flagrante negación de la dignidad humana, con todas las implicaciones de violencia y sometimiento tantas veces denunciado ante la mirada indiferente o distante de quienes, por su posición de liderazgo mundial, podían y deberían hacer mucho más que atentas exhortaciones, cumpliéndose una vez más aquel aforismo que señala “infancia es destino”
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