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El Ojo de Arvallo; agua que lleva el río

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En el norte del Continente Americano, la majestuosidad de las Montañas Rocallosas, al cruzar por México reciben el nombre de Sierra Madre Occidental; la pluralidad de microclimas, temperaturas cercanas a los 50 grados durante el día y por la noche y madrugada hasta de menos 26, entre bosques espesos de pinos y encinos y zonas semidesérticas ricas en cactus, hacen de la región un lugar tan grande como imponente, bello, rico y complejo.
Enclavada en ese ecosistema se encuentra la ciudad minera de Cananea, famosa en nuestra historia nacional porque ahí surgieron —allá por el año de 1906— los movimientos de huelga que exigían mejores condiciones de vida para los trabajadores, dando lugar más tarde a los movimientos libertarios que en 1910 hicieron nacer la Revolución Mexicana, y que en el mes de noviembre celebramos.
En Cananea, vocablo de la lengua de los indios Pimas, que quiere decir “carne de caballo”, desde el siglo XVII y hasta la actualidad tienen su asiento diversas empresas mineras dedicadas a la explotación de las ricas vetas de cobre ocultas en el interior de las imponentes montañas; esta región es la más rica y representativa de la tradición minera mexicana.
Entre el bosque y el desierto, oculto en las montañas se encuentra el manantial de Ojo de Arvallo, la cuenca naciente del Río Sonora que baña al estado en una extensión de poco más de 420 kilómetros y desemboca en el Océano Pacífico. A la luz de los conocimientos geológicos, ecológicos, hídricos e hidráulicos que hoy poseemos, desde luego es absolutamente impropio y desafortunado que precisamente en la naciente del río más caudaloso de Sonora se ubique el centro de explotación minera de la región. Los derechos de explotación por parte de las empresas mineras datan del año 1900 y más atrás, sin embargo, el grave desastre que ha ocasionado la contaminación del Río Sonora, como consecuencia de haberle vertido de manera accidental 40 mil metros cúbicos de sustancias toxicas deben conducir a los expertos en sustentabilidad de los cauces hídricos, junto con los empresarios mineros, a estudiar si es conveniente continuar explotando el cobre de la región en esas condiciones tan peligrosas para la vida de los habitantes de aquellas comunidades y de todo el Estado de Sonora.
El manantial de Ojo de Arvallo, naciente del Río Sonora, está afectado con una intensidad y peligrosidad de contaminantes, cuyas consecuencias para el consumo humano, animal y vegetal hoy es incierto en su diagnóstico.
Desde luego, no se trata de que la empresa que causó el daño, motivada por la presión que ejercen los medios de comunicación, salga ahora a decir que constituirá un fideicomiso cuyo objetivo será proveer de recursos para revertir el daño causado y mejorar el entorno.
Una exigencia racional largamente desatendida, y no por ello menos existente, se refiere al cuidado del medio ambiente y sus recursos, en este caso de las aguas del Río Sonora y su naciente Ojo de Arvallo. Las complejidades de los equilibrios vitales que convergen en las aguas de los ríos, hacen evidente que éstos no admiten reparación y que las sanciones económicas a la empresa minera causante del daño, por cuantiosa que sea la multa, en modo alguno tienen el poder de restablecer las condiciones de los ecosistemas hídricos, propios del Río Sonora, que más adelante al cruzar por el propio estado, recibe el nombre de Río Bacanuchi y otros más.
En el otro extremo de la agresividad que suponen los procesos de extracción de cobre, está la necesidad de ese metal para la industria, de manera especial para la industria eléctrica, el delicado equilibrio de la explotación de recursos naturales y el cuidado del medio ambiente constituyen un binomio que no debe separarse o ignorarse frente a las expectativas de metas de producción y ganancias.
Desde luego, la situación para el Estado de Sonora es muy compleja, el manejo de esta crisis hídrica se ve agravado ante la inminencia del proceso electoral que vivirá el estado en el año 2015, así, la catástrofe ecológica se está politizando, exhibiendo al gobernador —en el tramo final de su mandato— como persona insensible que incluso posee un rancho con presa hidráulica propia, para el disfrute de sus familiares e invitados y también para el cultivo agrícola y ganadero particular.
No deben confundirse los intereses que en esta crisis ecológica están en juego; la ambición de las empresas mineras de aumentar su extracción de cobre y el deber de las autoridades ambientales de exigir a esas empresas el saneamiento y medidas de prevención, mediante supervisiones estrictas y protocolos específicos que acompañen todo el proceso minero, precisamente porque los habitantes del Estado de Sonora tienen derecho a consumir agua de calidad que permita alimentar sin riesgos a sus animales y cosechas. En primer lugar, la riqueza de Sonora en sus aguas y minerales debe beneficiarles a los sonorenses, éste es un imperativo de justicia social, es decir, de genuina ética política que no debe desviarse en su atención y solución.
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