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El futbol, espectáculo y negocio

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Desde que los antiguos griegos inventaron los deportes olímpicos, allá por el siglo VIII a. C., en honor del dios Zeus, como exhibiciones de poder, fuerza y cohesión social, muchas cosas permanecen iguales en el mundo. Una de ellas es el enorme poder de convocatoria que tienen esas reuniones periódicas que se refieren a un solo deporte, pero que toman la idea milenaria griega, de cada 4 años darse cita y reunir lo mejor y más representativo de cada país, en una muestra que pretende ser mundial de las capacidades, desarrollos, técnicas y fortalezas de los atletas que serán admirados por millones de atentos ojos espectadores, gracias a la magia de la televisión en cualquier parte del planeta.
La expectativa que cada edición del “mundial de futbol” genera en el mundo, ha contribuido a configurar formas de aglutinación social a las que llamamos “fanáticos o seguidores” cada vez más exigentes y conocedores y menos dispuestos a conformarse con resultados mediocres, atentos a los detalles, a la espectacularidad de los diseños innovadores y a las tecnologías de vanguardia aplicadas en todos los elementos visibles y no visibles, que deben concurrir para superar con éxito la enorme responsabilidad que supone la organización y ejecución de una nueva edición del “mundial de futbol”.
Todo lo anterior viene a cuento por la decepción anunciada y concretada que supuso la ceremonia de inauguración de esta edición de la justa de las patadas en Brasil 2014. La Presidenta Dilma Rousseff, no ocultaba su rostro de molestia frente al desarrollo de una ceremonia muy mal organizada y peor ejecutada, donde no quedó claro cuál era el hilo conductor o el mensaje que Brasil se proponía lanzar al mundo. Los días y semanas previos, estuvieron llenos de tensión, la sociedad civil está muy molesta por el inmenso gasto de 12,000 millones de dólares que se calcula costó al pueblo de Brasil construir o acondicionar estadios, vialidades e infraestructura, que después de las 4 semanas de partidos de futbol esos gigantescos estadios se verán vacíos y los costos asociados a su construcción, desde luego, formarán parte de los recursos públicos que no le aprovecharon a los propios brasileiros en su vida diaria.
Quienes conocen de las dinámicas de ceremonias de la envergadura de un “mundial de futbol”, afirman que la inauguración constituye la muestra y el presagio de lo que será el resto del espectáculo, si esa afirmación se cumple ahora, desde luego para Brasil y su presidenta no será fácil salir con bien de este inmenso compromiso, que fue planteado como preámbulo de otro más ambicioso, los Juegos Olímpicos de 2016 que tendrán como sede precisamente Río de Janeiro, Brasil.
En la perspectiva de los griegos inventores de estos grandes eventos deportivos, no existía el ánimo lucrativo y de negocio que hoy mueve y corrompe el verdadero sentido del deporte. En la actualidad, todo entorno de un encuentro mundial de atletas pasa por el dinero, desde diversas perspectivas se mueven cantidades multimillonarias, porque en el fondo lo que cuenta es el dinero que se logre concentrar y ganar, no tanto, ni principalmente, la admiración por la destreza y la habilidad de los atletas en competencia. De hecho, los representantes de los países también compiten por ganar la sede de futuras ediciones de esas contiendas deportivas, de manera que desde las camisetas, pasando por las botanas, los derechos de transmisión, las bebidas y un larguísimo etcétera; en la práctica del deporte moderno todo, absolutamente todo es negocio y espectáculo.
Los griegos admiradores de la destreza y la belleza del cuerpo humano, no tenían sede itinerante para sus encuentros, los celebraban cada 4 años, pero siempre en Olimpia y en honor de su dios Zeus, cuánto podríamos reflexionar, y en su caso rectificar, si en verdad los valores de la humanidad contemporánea no se centraran en el lucro que todo lo corrompe, lo minimiza y lo hace consumible, efímero y vano. Para los atletas olímpicos, el honor de representar a su comunidad significaba la mayor de sus alegrías y el mejor de sus orgullos, y la corona de laurel adornando su cabeza y su triunfo era la más preciosa de las recompensas. Hoy, esos objetivos, por lo menos, se antojan románticos e ingenuos, la venta de jugadores, al igual que de camisetas y boletos de entrada a los estadios, pone todo este negocio al mismo nivel, una auténtica fiesta del consumo donde, al final del espectáculo, lo único verdaderamente importante es la ganancia económica y la efímera e intensa emoción de saberse representados por esos hombres que corren y patean el balón, esencialmente motivados por las cuantiosísimas sumas de dinero que les esperan si meten o evitan el gol.
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