Aguascalientes

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La inesperada decisión del pueblo británico de salir de la Unión Europea, puso fin al sueño unificador, globalizador y pacificador que la vio nacer como anhelo de vida comunitaria, respetuosa de las diferencias, pero capaz de reconocer la vigencia de oportunidades, peligros e intereses compartidos.

También en Estados Unidos hubo sorpresas, al inicio del mes de noviembre tuvieron verificativo las elecciones presidenciales en ese país. Y durante las semanas y meses de campaña, como nunca se había visto en ese país, ambos candidatos hicieron uso de todo tipo de insultos y descalificaciones, exhibiendo al adversario con hechos pasados de graves errores personales y corrupción.

El sorpresivo triunfo del candidato republicano Donald Trump ha conmocionado al mundo, no solo porque quienes se dedican a la elaboración de encuestas, en alguna forma contribuyeron a crear una ilusión, ya que daban como cómoda ganadora a la candidata Clinton, sino porque el tono insolente, grosero y avasallador de Trump hacía pensar en lo inconveniente y altamente peligroso que era poner al frente del gobierno de la nación más poderosa del mundo a una persona tan violenta, incontrolada y visceral. Así, para sorpresa del mundo, se impuso el pragmático hombre de negocios por sobre la experimentada mujer política.

Desde luego, ambos casos, el Brexit y el triunfo de Trump tienen en común muchos aspectos. Se trata de acontecimientos tan relevantes que han removido las seguridades geopolíticas del mundo. En ambos casos los protagonistas son personas de la misma raza en diferentes continentes, ésas que a lo largo de su historia han impulsado proyectos y acciones destacadas en torno de la apertura, la conquista y la expansión; por contraste, al parecer, hoy están decididos a dar marcha atrás sobre su historia, o por lo menos desandar parte del camino cerrando sus fronteras y replegando el alcance de sus intereses para centrarse en el cultivo y reencuentro de su propia grandeza, tal como lo hicieron los Señores Feudales, durante los siglos 5 al 15, en plena Edad Media.

El cierre de fronteras y la ruptura o autoexclusión de acuerdos comerciales multinacionales suscritos, ponen delante de nuestros ojos la necesidad de reconocer el resurgimiento del nacionalismo y del fascismo como formas de autoafirmar la superioridad propia, en abierta oposición a todos los demás, de manera particular respecto de aquellos que son débiles; latinos y migrantes; quienes así piensan, quizás pierden de vista que al enclaustrarse en su retórica de odio y exclusión, enrarecen el ambiente mundial por falta de oxígeno y de luz, y en la vida social esto produce totalitarismos asfixiantes y tiranías opacas, que le han costado a la humanidad innumerables páginas escritas con la sangre de millones de vidas humanas y sufrimientos inenarrables. Los ciudadanos de esas democracias se vuelven débiles y desechables frente a quienes detentan el poder y deciden, supuestamente, en nombre de ellos lo que está bien y lo que está mal, lo que es justo o injusto, legal o ilegal sin contrapesos que los confronten, cuestionen y detengan.

2016 pasará a la historia como el año que marcó de manera imborrable el fin del sueño de la globalización; el año en que de forma inesperada se tomaron decisiones democráticas que sugieren un temor y un enojo largamente sentido y acumulado, que finalmente se expresó en un grave retroceso humano e institucional que presagia enormes sufrimientos para los pobres y los migrantes, de manera particular para las mujeres, los niños y los ancianos.

La historia es maestra de vida y sus lecciones no debieran ser olvidadas. Lamentablemente en pleno siglo 21, hoy, como en tiempos medievales, la explotación de los inferiores y débiles se advierte como inminente, una posmoderna forma de vasallaje e impunidad, porque la narrativa de los nacionalismos y el posicionamiento de los fuertes como seres superiores, es incompatible con el reconocimiento de los derechos humanos y la transparencia institucional, exigencias mínimas del bien común.

 

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