Aguascalientes

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En las sociedades democráticas, uno de los bienes más preciados consiste en el arribo a la toma de decisiones por la vía de la consulta respecto de todas las voces y posturas sobre un tema, como clara manifestación de pluralismo para al final del ejercicio intentar la labor de síntesis como expresión del consenso; además, este mecanismo es muestra de salud y madurez social.

El pluralismo es posible cuando los ciudadanos que emiten sus puntos de vista y opiniones sobre un tema, aceptan que existen criterios y valores morales y jurídicos que no son negociables porque se encuentran en la base o esencia de aquello que hace posible la vida en sociedad. No se trata de dogmas o de imposiciones venidas de fuera del grupo, sino inscritas en la naturaleza humana. Si lo pensamos un momento, todas las legislaciones del mundo coinciden en señalar como indebidas aquellas acciones que consisten en matar, robar, mentir, prostituir. Como es evidente, se trata de criterios racionales que expresan los cimientos del orden social, en consecuencia, allí donde los fundamentos de lo social son negados o cuestionados, no son válidas las manifestaciones del pluralismo.

Las divergencias son frecuentes en las sociedades democráticas, en consecuencia es necesario que quienes participan realicen un esfuerzo racional de serena escucha de aquellos que piensan distinto, de manera que se arribe al consenso y a la toma de la mejor decisión por medio del diálogo; desafortunadamente, con gran frecuencia ocurre que los gritos y la sinrazón se imponen, y cuando esto pasa, aquello que finalmente sucede es expresión de arbitrariedad, no de consenso. Una vieja reflexión sobre este asunto refiere que “allí donde diez discuten, nueve embisten y uno piensa”; esto quiere decir que con gran frecuencia la razón pierde contra la emoción, la pasión y los intereses y entonces el consenso y el pluralismo entran en crisis.

El diálogo es el mejor mecanismo que tiene la ética política para la toma de decisiones, pero es necesario que determinados valores sociales sean aceptados por todos y en consecuencia indiscutidos, esto garantiza que el bien común y la dignidad humana sean los marcos de referencia, es decir, los límites respecto de todo aquello que debe ser definido, porque es opinable en la dinámica del orden social.

En ocasiones, la separación que se pretende entre pluralismo y consenso supondría que la mayoría, por el hecho de serlo, tiene razón y en consecuencia le asiste el derecho de imponerse sobre la minoría, sin embargo no es así. Al respecto es importante señalar que la mayoría que representa el consenso no tiene el poder de modificar la realidad, por tanto, matar o robar es malo, no porque la mayoría así lo haya establecido y forme parte de la legislación de muchos países, sino porque esas acciones atentan contra la dignidad humana y el bien común.

En la historia mundial existen muchos ejemplos que demuestran que las mayorías no siempre tienen la razón; es decir, sin la referencia moral a los valores sociales el consenso en realidad pierde su naturaleza unificadora, haciendo evidente que todo consentimiento es revisable. Pensemos, por ejemplo, en que durante siglos se sostuvo como derecho la explotación de seres humanos en perjuicio de otros en aquello que llamamos esclavitud, y no por la fuerza o por el consenso de la mayoría de los explotadores, los explotados dejaban de tener razón respecto de la obligación de todo Estado de reconocer a todos los seres humanos como libres e iguales en dignidad y derechos.

En una célebre cita de la Ética Nicomaquea, Aristóteles sostiene que “quien discute si puede o no matar a la propia madre, en realidad no requiere razones sino azotes”. El amplio espacio de las discusiones a que el pluralismo convoca es un valioso ejercicio de democracia, precisamente porque lo que ocurre en la dinámica social es opinable y en consecuencia es necesario generar consenso sobre la decisión que habrá de tomarse; sin embargo, la fuerza de lo decidido solo es real cuando es respetuosa de las condiciones que impone la realidad, es decir, de la dignidad humana y el bien común.

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