Aguascalientes

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Cada día, el acceso al uso de internet es más amplio y generalizado, esto ha constituido una de las grandes diferencias de la sociedad y de las generaciones de jóvenes en las primeras décadas del siglo XXI. En ocasiones, el uso adictivo al teléfono celular ha impuesto la vinculación virtual de miles y millones de personas a segmentos y grupos de interés de las así llamadas redes sociales.

El potencial de comunicación de mensajes de texto e imágenes, hoy no tiene fronteras. La proliferación de redes sociales ha cambiado las formas de comunicación interpersonal, ya no se trata del binomio tú a tú. Con frecuencia, hoy se tiene acceso a la fotografía o al icono de representación del emisor, pero la posibilidad de receptores es exponencial y en consecuencia las réplicas pueden ser incalculables; así, la coincidencia o la divergencia son puntos de llegada discursiva que no se esperan. Actualmente, los usos y costumbres al interior de las dinámicas de las redes sociales no conocen fronteras geográficas, lingüísticas o culturales, de manera que las expresiones de aprobación, rechazo o protesta, lo mismo que las exigencias de transparencia, respeto a la ley o rendición de cuentas a menudo están presentes en los mensajes, haciendo una labor informativa y generando opinión pública.

El estudio de este nuevo y potente fenómeno social no ha escapado a la mirada y a la reflexión crítica del sociólogo y filósofo Zygmunt Bauman, quien ha acuñado la expresión de “activismo de sofá” para mostrar su escepticismo respecto del nivel de compromiso de los asiduos usuarios y de la eficacia social de quienes saturan con efervescencia de mensajes, el tránsito de las redes sociales; su frenético activismo ocurre desde la comodidad del sofá donde descansan. Precisamente, este contrasentido es el que quiere hacer evidente, porque supone un adormecimiento de las conciencias al volverlos adictos pasivos al entretenimiento barato, ése que no supone ni el mínimo esfuerzo de leer un libro. Una versión moderna de opio del pueblo.

En opinión de Bauman, bajo el influjo de las redes sociales, la identidad ha sido transformada en una tarea, precisamente porque para participar en ellas es necesario crear la propia, y solo así se ingresa a la comunidad de la red.

La delicada sustitución de la red social por la comunidad, posiblemente pase inadvertida para la mayoría de los usuarios, pero la reflexión es pertinente: la persona, por el solo hecho de serlo, es social, es decir, comunitaria, de manera que la creación de identidad que exige este nuevo modelo de comunicación digital, en realidad supone una inversión de valores o un engaño. Toda persona pertenece a una comunidad y las redes sociales pertenecen a las personas no a la inversa.

La vida social y comunitaria exige el trato, el diálogo y el encuentro real, las redes sociales no. Cualquier persona puede añadir y borrar “amigos”, hasta cierto punto es controlable la admisión de personas con las que de manera virtual se entra en relación; pero como se ha invertido el orden antropológico de la dinámica societaria, ocurre que la persona adicta se aísla de las relaciones reales y se entrega a las virtuales que no le exigen el cultivo y desarrollo de las habilidades sociales, hundiéndola en un espejismo de supuestas “amistades” que se pueden contar por miles y que en alguna forma mitigan su soledad real.

Precisamente, una de tantas paradojas de las redes sociales es que no propician el diálogo como característica fundamental del ser humano. En ellas, los usuarios saben que pueden evadir o evitar las controversias, y la vida en sociedad real no consiste en crear comunidades de quienes piensan de modo igual, sino estar abiertos a la escucha de lo distinto, de lo que también se puede aprender. Con frecuencia, las redes sociales no amplían horizontes sino todo lo contrario, reducen a sus usuarios al cómodo espacio del sofá, desde donde se encuentran muy activos.

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