Aguascalientes

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Uno de los autores más influyentes en la teoría política es Thomas Hobbes (1588-1679), desde luego después de Platón y Aristóteles. Hobbes era en extremo controvertido, en ocasiones calificado de oscuro, ateo e irreverente, al punto de ordenar en vida, que después de su muerte se quemaran sus obras. Su fama como filósofo trascendió, en particular por su libro “Leviatán”, en este texto explica con crudo y descarnado realismo como, en su opinión, la razón que mantiene unidos a los seres humanos en eso que llamamos sociedad, no es el amor o el deseo de compartir y realizar proyectos juntos, sino la necesidad de hacer frente común a las amenazas que vienen de fuera y siempre están asechando, en espera de la oportunidad de atacar.

Desde la perspectiva de Hobbes, la única y verdadera explicación de la existencia del Estado es su capacidad para proteger a los ciudadanos sometidos a su autoridad; es decir, el egoísmo y el miedo son las motivaciones más íntimas que aglutinan a las personas en torno de una autoridad que las protege a cambio de la cesión de ciertos derechos, entre otros, aquel que tiene que ver con el uso de la violencia. Así se afirma desde el siglo XVIII, que el monopolio del ejercicio de la violencia es prerrogativa exclusiva del Estado, en consecuencia nadie puede hacerse justicia por propia mano, administrar penas y sanciones corresponde al propio Estado.

Los lamentables sucesos ocurridos el sangriento domingo 19 de junio en Oaxaca, paradójicamente “día del padre”, que costaron la muerte de ocho personas deben llamarnos a reflexionar. Ya se cuentan en años los episodios de violencia y enfrentamientos entre grupos beligerantes, en este caso entre maestros y las fuerzas del Estado, pero en esta ocasión se ha informado que existen muertos en ambos grupos. Es decir, queda claro que en los hechos —y desde hace mucho tiempo—el uso de la violencia ha dejado de ser monopolio del Estado y, en consecuencia, más allá de la gravedad de los acontecimientos y de los motivos del enfrentamiento, lo cierto es que al mostrar su incapacidad para mantener el orden y la paz, el Estado pone a prueba su propia existencia y razón de ser.

Es evidente que a lo largo de los años del actual gobierno, el asunto de la reforma educativa no se ha desarrollado con la tranquilidad que sus ideólogos quisieran, todo lo contrario, lejos de haber negociado su texto y sus implicaciones con los interesados, en realidad se impuso ante la evidencia de la corrupción y el abandono de las tareas y funciones sustantivas que la educación de los niños y jóvenes de México requieren. En sentido estricto, los objetivos de la reforma son incuestionables, nadie puede objetar que en nuestro país urge educación de calidad, sin embargo, los grandes intereses que ésta afecta se hacen manifiestos ante la permanencia y la virulencia del conflicto que tiene a la población mexicana perpleja, postrada, molesta y decepcionada.

En opinión de Hobbes, las causas de la guerra y de todos los conflictos son tres, a saber: la competencia o rivalidad, la desconfianza y el deseo de poder o gloria. ¿Cuánto de todos estos elementos están presentes en la permanencia de este conflicto?, y que paradójico resulta que precisamente sea la educación quien pone a prueba al Estado, mostrando hasta este momento, que si bien por medio de la reforma educativa existía claridad en el gobierno respecto del objetivo a alcanzar: educación de calidad para todos los niños y jóvenes de México, lo cierto es que hasta hoy, el Estado no ha sabido cómo alcanzarlo.

El razonamiento es muy sencillo, de acuerdo a la experiencia milenaria de la humanidad que el filósofo Hobbes consigna en el Leviatán, sin Estado la seguridad, el orden y la paz se tornan inalcanzables, y la educación es imposible sin maestros. Ya es tiempo de rectificar, el Estado y los maestros deben desempeñar a cabalidad los roles que les corresponden como gobernante y gobernados, a nadie beneficia el enorme daño que se le causa a 120 millones de mexicanos con la violencia y el desgobierno que vivimos.

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