Aguascalientes

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Desde 1999, el filósofo y sociólogo polaco Zygmunt Bauman (1925) —autor de libros de referencia mundial— se ha dedicado a generar reflexión y análisis en los espacios académico-universitarios respecto de lo que él ha llamado “la modernidad líquida”. En su opinión, la humanidad en nuestro siglo transita por una etapa en que los principios morales y jurídicos, forjados a lo largo de la historia de la humanidad como sólidos referentes, se han licuado o diluido. De manera que en el ámbito de las relaciones personales o sociales, nuestros valores son temporales, pasajeros y provisionales, es decir, han perdido consistencia y solidez, en consecuencia nuestras convicciones son líquidas y acomodaticias.

El centro de su razonamiento consiste en la insistente denuncia respecto de la creciente desigualdad social global, donde unos cuantos acumulan y disponen en flagrante injusticia de los bienes que todos deberían aprovechar y donde, en cualquier parte del mundo, la política y sus líderes se ubican muy por debajo de las mínimas expectativas del bien común. Su obra y su labor de reflexión y análisis, han sido reconocidas, entre otros premios, con el Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades de 2010.

En 2015 publicó un libro breve y sustancioso de obligada lectura que lleva el sugestivo título de Ceguera moral, en esta obra se refiere a la pérdida del sentido de comunidad en el mundo individualista y globalizado en que vivimos. En su opinión, la humanidad de nuestro tiempo está perdiendo el sentido de vinculación social, de lealtad y de unidad, consecuentemente en las relaciones humanas se está diluyendo la conciencia sobre el bien y el mal, de manera que todo se vuelve efímero y en último término tiene un precio que cada persona debe decidir si puede y quiere pagar.

Bauman dice que la democracia exige comunidad política y la articulación de las relaciones humanas precisa confianza. Hoy nos encontramos ante el colapso de la confianza, así explica el poco interés que la población en general muestra en los procesos políticos, y de manera particular los potenciales electores, ellos piensan que los líderes políticos no solo son corruptos o estúpidos, sino también incompetentes, y para gobernar es necesario ejercer el poder, es decir, ser capaz de hacer que las cosas se hagan.

En la parte central de su reflexión sostiene que el matrimonio feliz entre poder y política, es decir, el binomio Estado-nación ha terminado, porque el poder se ha globalizado, pero la política y los políticos siguen conservando una visión local y de corto plazo, cerrada a los años de su gestión.

Bauman sostiene que a pesar de la enorme cantidad de recursos que se derrochan en los procesos democráticos de todo el mundo, lo cierto es que la gente ya no cree en el sistema democrático porque no cumple sus promesas, y ofrece el ejemplo del drama que supone la migración. Éste es un fenómeno global que no puede ser encarado ni resuelto desde la óptica particular de la política de cada país, porque el problema de fondo consiste en que las instituciones democráticas no fueron concebidas para hacer frente a las complejas situaciones de interdependencia que la globalización impone.

La gran crisis de la democracia líquida consiste, según Bauman, en que el cambio de un partido o de un político por otro no va a resolver el problema de la falta de interés ciudadano, porque no se trata solo de que los partidos o los candidatos sean los equivocados, sino que no controlan las incidencias globales en que estamos inmersos. En esencia, los problemas de los mexicanos no dependen sólo de la fuerza y la riqueza de nuestro territorio, como estamos viendo con el asunto de la baja en el precio del petróleo. La ingenua presunción de que los problemas nacionales se pueden resolver desde dentro es errónea. Hoy, la libre autodeterminación de los pueblos es un discurso superado por la realidad o un sueño trasnochado.

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