Aguascalientes
El apretado resultado de la consulta referéndum que tuvo lugar el pasado 23 de junio, respecto de la salida o permanencia de Inglaterra en la Unión Europea, sacudió al Reino Unido y al resto del mundo: 51.9 a favor de la salida, contra 48.9 a favor de la permanencia, será materia de estudio y reflexión política y económica durante mucho tiempo, por la trascendencia de sus múltiples implicaciones.
En cumplimiento de un compromiso de campaña, el primer ministro David Cameron, convocó al mencionado referéndum, sin dejar de hacer público en todo momento su interés por permanecer dentro de la Unión Europea; sin embargo, la mayoría de los votantes —de manera particular la población de 60 años y más— se pronunció casi de modo unánime por abandonar la unión, ante el temor de tener que seguir admitiendo, dentro de su territorio, oleadas humanas de migrantes que por miles los están invadiendo, en acatamiento de uno de los compromisos más onerosos que pesan sobre los países miembros.
La sorpresiva decisión del pueblo británico concretada en las urnas, pone delante de nuestros ojos el choque de dos visiones de futuro: de un lado expresan miedo de poner en riesgo los derechos y los beneficios sociales adquiridos. Así, la población que pertenece al segmento de la tercera edad, y que no está en posibilidad de arriesgar las conquistas y beneficios de seguridad social obtenidos, ha chocado de frente con la sección de los jóvenes, quienes desde luego entienden que pertenecer al bloque de naciones que integran la unión, les da acceso al mundo laboral global, intercultural e interdependiente que de hecho ya es, y donde las fronteras territoriales, los idiomas, las ideologías y las monedas están siendo borradas o por lo menos diluidas en una cosmovisión planetaria incluyente y tolerante.
En los hechos democráticos, los británicos que votaron a favor de la salida de la unión triunfaron. Sin embargo, el temor y el deseo de estabilidad y de no afectación de los beneficios adquiridos, desde luego no es posible sostenerlo en el tiempo. Aun cuando geográficamente Gran Bretaña sea una isla, lo cierto es que la interdependencia mundial es un signo de nuestro tiempo que ninguna votación conservadora o temerosa, por mayoritaria que resulte, debe ignorar, al pretender que pueden vivir, literalmente aislados en su isla, como si la tierra no fuera redonda.
Por paradójico que resulte, con esa decisión el Reino Unido no solo se separa de la Unión Europea, también se advierte, por lo apretado del resultado, que al interior de la monarquía existe grave fractura social y generacional. Para muchos, entre otros los escoceses y los irlandeses, ya no es muy claro el beneficio de seguir perteneciendo a la Corona Británica, pero fuera de la Unión Europea ya se ha reflexionado mucho sobre la posibilidad de estar asistiendo, por la vía de nuevos plebiscitos, a los funerales anticipados de la monarquía más estable y antigua de Europa. Así, como sin proponérselo, el primer ministro Cameron ha asegurado su lugar en la historia. El resultado del referéndum al que convocó le impone al reino reconocer la existencia de una crisis interior de carácter sociológico e identitaria, al tiempo que también tendrán que hacer frente a la crisis financiera que han provocado y que los golpea no solo a ellos.
El heredero de la Corona Británica, William Arthur Philip Louis Winsor, Duque de Cambridge de 34 años, tendrá que hacer frente a la más grande crisis política, social y financiera nunca antes vista. Y en ese complejísimo escenario no es previsible que su añosa abuela doña Isabel II, quien en abril celebró su 90 aniversario, pueda orientarlo.
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