Aguascalientes
En diversas regiones del planeta, los procesos políticos y la constante de la insatisfacción ciudadana recorren el mundo como un fantasma de malestar social. Esta situación obliga a reflexionar sobre las causas comunes de síntomas presentes en las dinámicas societarias, más allá de las fronteras y de las divisiones geopolíticas o ideológicas.
A lo largo de décadas y posiblemente de siglos, nos hemos habituado a pensar que garantizar la paz, el orden y el respeto a la ley es responsabilidad del Estado y de su institucionalidad gubernativa. Esas creencias, más o menos alentadas y sostenidas por gobernantes y políticos en el poder o que aspiran a él, por diversas razones hoy están siendo gravemente cuestionadas por la realidad de la insatisfacción ciudadana y la falta de credibilidad y desencanto que se advierte en las dinámicas sociales. Una especie de epidemia social contamina los espacios públicos, los ciudadanos infectados muestran abiertamente su decepción y molestia frente a los gobernantes, que cada vez más pierden ese halo de inspiración y respetabilidad con que el pueblo reconocía en ellos liderazgo y autoridad.
Hoy, el viejo discurso respecto del cual la democracia tiene sentido porque garantiza el bien de la mayoría, está siendo gravemente cuestionado ante las exigencias de minorías que se confrontan y fragmentan en variadas formas de reclamos y derechos conculcados, haciendo evidente la incapacidad de los gobernantes para ofrecer de manera oportuna resultados satisfactorios.
Lo que hoy existe en el seno de las sociedades democráticas es una inmensa fragmentación de minorías heridas y molestas ante la falta de respuestas a sus exigencias y demandas. Actualmente, quizás por el acceso tan extendido a redes sociales, se hacen evidentes, como nunca, acontecimientos que ponen en entredicho el abuso de poder de quienes gobiernan o de plano su ineptitud.
Así, la democracia hoy está siendo percibida como una forma de gobierno en extremo costosa e insatisfactoria para los ciudadanos, porque los gobernantes se muestran corruptos, insensibles e ineficaces en la concreción de las cada vez más sonoras exigencias ciudadanas no atendidas, no resueltas.
En el espectro político mundial, están surgiendo líderes de ocasión que ante las lamentables fallas señaladas se alzan y convocan a las multitudes con discursos incendiarios, en abierta confrontación con los políticos en el poder. Por ejemplo, en el caso de Estados Unidos es de llamar la atención el extraordinario desempeño de Donald Trump y Bernie Sanders, estos dos personajes, políticos de muy reciente militancia, al parecer han logrado convocar a multitudes que más allá de los partidos políticos, se sienten atraídos por sus discursos incendiarios en abierta confrontación, y en ocasiones hasta en tono de burla, ridiculizan a los gobernantes que hasta ahora han tenido y ofrecen a sus potenciales electores otras formas de encarar los problemas de corrupción, desempleo e inseguridad que lastiman a la población.
Un par de ejemplos más son el filipino Rodrigo Duterte y el turco Recep Tayyip Erdogan. En ambos casos de trata de liderazgos fraguados desde la molestia ciudadana, en diferentes contextos, pero ambos ya han ganado las elecciones en sus países y se disponen a gobernar a sangre y fuego para erradicar la delincuencia, la inseguridad y la corrupción. Es de llamar la atención los cientos de miles y millones de ciudadanos que han votado por ellos, al punto de llegar al poder por la vía democrática; estos hechos demuestran el hartazgo ciudadano con el discurso de siempre, y el nivel de desesperación que ha llevado a la población a entregar su confianza a quienes se postulan mediante discursos y acciones en abierta oposición a los derechos humanos.
Los pueblos de los países democráticos están cansados de gobiernos fallidos y corruptos. En ese contexto de desesperanza, al parecer se está imponiendo la fuerza del odio y la descalificación por sobre las razones dialogadas ante los problemas comunes largamente postergados; tal como ha demostrado la historia, la delgada línea que separa la dictadura de la democracia, puede llegar a romperse.
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