Aguascalientes

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La tragedia de vivir en el país más rico del mundo, por sus invaluables recursos naturales, entre otros, reservas de oro, petróleo y de gas, y al mismo tiempo ser el país más corrupto y pobre de Latinoamérica, solo puede deberse a la pésima labor de administración y gobernanza de su presidente Nicolás Maduro, hombre cercano al difunto presidente Chávez. El 5 de marzo de 2013 falleció, a consecuencia del cáncer, el Comandante Supremo Hugo Chávez y en mayo de ese mismo año, Maduro asumió la presidencia de Venezuela; desde entonces, la situación del país cada día es más grave por la falta de alimentos y de servicios básicos. Casi en la totalidad, su economía se encuentra vinculada a la exportación y comercialización de petróleo, siendo Estados Unidos su primordial comprador y también el principal surtidor de cuanta mercancía se vende en Venezuela; en consecuencia, ante la inminente caída en el precio del crudo, sus ingresos han disminuido drásticamente y los poco más de 30 millones de venezolanos viven la mayor crisis alimentaria y sanitaria de su historia.

En torno del nacimiento de Nicolás Maduro se han tejido diversas historias, que lo ubican en Cúcuta, una región de Colombia, frontera con Venezuela. La historia oficial es que nació en 1962 en Caracas, la capital del país, en un barrio pobre, Parroquia del Valle. Desde joven ingresó como chofer al servicio del sistema de transporte público y desde allí inició en la militancia política en el sindicato de choferes vinculados a la lucha política del difunto presidente Chávez, con el paso de los años ascendió, cultivando la cercanía con el Comandante Supremo, quien antes de morir dio instrucciones para que Maduro, sin renunciar a la vicepresidencia del país, asumiera —como de hecho ocurrió— la presidencia en mayo de 2013.

Tal como ha quedado demostrado en los años de la presidencia de Maduro, es claro que se trata de un hombre ignorante, impulsivo y violento que carece de preparación académica y política para el cargo que ejerce, a diferencia del difunto Chávez que contaba con instrucción militar, además de la simpatía y el apoyo popular. A lo largo de los años, Maduro ha alcanzado notoriedad internacional por la persecución que ha emprendido contra sus detractores políticos, quienes lo señalan como el peligro que es para Venezuela y su pueblo.

Ante la gravedad de la crisis que vive Venezuela, y en una muestra más de nula capacidad de autocrítica y objetividad, características indispensables en un gobernante, Maduro se ha empeñado en asumir funciones que no le corresponden y que estrangulan las libertades de los ciudadanos. Bajo la figura de Estado de excepción y emergencia económica, en tres años de gestión ha llevado al país a la mayor crisis financiera de su historia. El año pasado el índice de inflación se calculaba por arriba del 189%, y la ciudad de Caracas se ubica como la más corrupta y violenta del mundo; es de señalar que más del 80% de la población se ha manifestado a favor de la renuncia del presidente, pero él con el control del ejército, se ha sostenido en el poder argumentando conspiraciones y deslealtades de supuestos enemigos internacionales del proyecto bolivariano, ante una población asustada y sumida en la miseria.

La crisis alimentaria es tan grave, que el gobierno ha vinculado la credencial de identidad al acceso a las tiendas de alimentos, así, todos los días —en una especie de “no circula alimentario”— desde la madrugada se forman largas filas de quienes, dependiendo del último número de su tarjeta de identidad, pueden acudir ese día a las tiendas a comprar lo poco que se vende, harina de maíz para hacer arepas, una especie de tortillas gruesas que son el principal alimento de los sufridos venezolanos. Después de realizar la compra, deben verificar su identidad y plasmar su huella digital ante oficiales del ejército que con rifles en mano, custodian las tiendas y las compras. Se sabe de la existencia de los famosos “bachaqueros” (bachaca es una plaga de hormiga depredadora de gran voracidad), personas que comercian con alimentos afuera de las tiendas a precios excesivos, pero las personas que pueden los pagan porque ya no alcanzaron a comprarlos en la tienda o porque ese día no les corresponde comprar pero no tienen qué comer. Otro tanto de este mismo drama ocurre en los hospitales y centros de salud, donde no existen medicinas ni los mínimos insumos para realizar cirugías o curaciones, cientos y miles de personas, niños y mujeres en su mayoría, han muerto o se encuentran gravemente enfermas sin esperanza de ser atendidos. Es momento que los jefes de gobierno del mundo democrático volteen su mirada sobre el drama que vive el pueblo de Venezuela; la responsabilidad de gobernar se mide en términos de bien común y es incompatible con la inmadurez de quien se aferra al poder.

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