Editoriales
De diversas maneras, la cotidianidad de nuestras vidas transita por la necesidad de ser receptores u oferentes de bienes y servicios provenientes de instancias públicas y privadas, es decir, nos encontramos inmersos en complejas redes de relaciones que nos obligan a entrar en contacto con personas e instancias para la satisfacción de nuestras necesidades.
Con gran frecuencia ocurre que por un sinnúmero de razones, la calidad de los servicios que recibimos se ubica por debajo del índice de satisfacción. En algunos casos es posible acudir a otro proveedor con la esperanza de ser mejor atendidos u obtener un mejor producto. En el caso de los servicios públicos es obligación del Estado prestarlos, ejerciendo un monopolio, en consecuencia no existe otro proveedor como alternativa ante la insatisfacción por la falta de atención o de calidad.
A lo largo de décadas, se han escrito páginas de sesudos estudios sobre el tema de la competitividad como factor de desarrollo de nuestro país; el asunto es que esas inspiradas y bien escritas reflexiones no han motivado a la acción directa. Sobran elementos, datos duros del comportamiento de la economía nacional que nos muestran un lamentable estancamiento, y en ocasiones hasta franco retroceso. No se ha llegado a comprender la importancia de valorar al ciudadano como lo que es, contribuyente con derecho a recibir servicios públicos de calidad y no como un súbdito fatalmente resignado a la arbitrariedad de la administración pública que confunde servicio con favor y obligación con derecho.
Por otro lado, las empresas que prestan servicios tampoco escapan a este perverso manejo donde el consumidor es maltratado continuamente y el abuso en las relaciones comerciales es destino manifiesto. Por demás está referir el atropello en las tarifas de los servicios que prestan los bancos o las tiendas departamentales, al parecer los oferentes de servicios de consumo entienden al cliente como una víctima cautiva que deben exprimir y maltratar; y todo esto ocurre en una dinámica de ceguera donde lo mejor que puede hacer el gobernado es resignarse.
Un país como México, cuya tasa de crecimiento no supera el 2% anual, desde luego debe reconocer la mediocridad en la que está inmerso, cada vez más distante del desarrollo y la equidad a la que deberían enfocar todos sus esfuerzos los gobernantes. Una elemental revisión de los indicadores económicos nacionales muestra que la economía funciona con base en las exportaciones y en las remesas y que nuestro principal socio o cliente es Estados Unidos, es decir, somos absolutamente dependientes y vulnerables respecto del acontecer de nuestros vecinos, además, cuando el petróleo se cotiza en el mercado internacional a la baja y las incidencias políticas de los candidatos en campaña por la presidencia de aquel país son descalificadoras y despreciativas refiriéndose a la presencia de los mexicanos, es claro que en el fondo, la razón del rezago de México tiene un componente político no atendido desde hace décadas.
Cuando el poder se concentra en pocas manos y se prolonga en el tiempo los abusos son inevitables, de manera que los ciudadanos y los consumidores continuamente están siendo violentados en sus derechos, y la economía nacional no es capaz de superar el rezago acumulado, precisamente porque la competencia en el servicio supone un cambio de mentalidad y al parecer como país aún no estamos dispuestos a dar ese paso, en cierta forma seguimos resignados “al malo por conocido…” que nos remite a la cómoda mediocridad. La disciplina y el orden son virtudes inseparables de los gobernantes y de los gobernados en aquellos países donde el desarrollo económico es real.
Sígueme en twitter @mcplataspacheco