Editoriales

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En los fragmentos que siguen, escogidos del discurso que el Papa Francisco pronunció a los obispos mexicanos en su reciente visita, les invita a reflexionar sobre la necesidad de atender con sentido de urgencia y compromiso dos segmentos de población vulnerable de nuestra realidad nacional: los jóvenes expuestos a los peligros de la violencia y el narcotráfico y los pueblos indígenas, tantas veces excluidos, explotados e incomprendidos como si en verdad fuera posible borrar su importancia decisiva en la configuración de nuestra historia patria y en la proyección del mejor futuro al que naturalmente aspiramos. Su Santidad les hizo un enérgico llamado a la unidad, al servicio y a la generosidad de su testimonio, porque en ellos como pastores, es en quien recae la grave responsabilidad de conducir al pueblo al bien común. Así se dirigió a ellos:

Pienso en la necesidad de ofrecer un regazo materno a los jóvenes. Que vuestras miradas sean capaces de cruzarse con las miradas de ellos, de amarlos y de captar lo que ellos buscan, con aquella fuerza con la que muchos como ellos han dejado barcas y redes sobre la otra orilla del mar, han abandonado bancos de extorsiones con tal de seguir al Señor de la verdadera riqueza.

Me preocupan tantos que, seducidos por la potencia vacía del mundo, exaltan las quimeras y se revisten de sus macabros símbolos para comercializar la muerte a cambio de monedas que, al final, la polilla y el óxido echan a perder, y por lo que los ladrones perforan muros y roban. Les ruego no minusvalorar el desafío ético y anticívico que el narcotráfico representa para la juventud y para la entera sociedad mexicana, comprendida la Iglesia.

La proporción del fenómeno, la complejidad de sus causas, la inmensidad de su extensión, como metástasis que devora, la gravedad de la violencia que disgrega y sus trastornadas conexiones, no nos consienten a nosotros, Pastores de la Iglesia, refugiarnos en condenas genéricas —formas de nominalismo— sino que exigen un coraje profético y un serio y cualificado proyecto pastoral para contribuir, gradualmente, a entretejer aquella delicada red humana, sin la cual todos seríamos desde el inicio derrotados por tal insidiosa amenaza. Sólo comenzando por las familias; acercándonos y abrazando a la periferia humana y existencial de los territorios desolados de nuestras ciudades; involucrando las comunidades parroquiales, las escuelas, las instituciones comunitarias, las comunidades políticas, las estructuras de seguridad; sólo así se podrá liberar totalmente de las aguas en las cuales lamentablemente se ahogan tantas vidas, sea la vida de quien muere como víctima, sea la de quien delante de Dios tendrá siempre las manos manchadas de sangre, aunque tenga los bolsillos llenos de dinero sórdido y la conciencia anestesiada.

Una mirada de singular delicadeza les pido para los pueblos indígenas, para ellos y sus fascinantes, y no pocas veces, masacradas culturas. México tiene necesidad de sus raíces amerindias para no quedarse en un enigma irresuelto. Los indígenas de México aún esperan que se les reconozca efectivamente la riqueza de su contribución y la fecundidad de su presencia, para heredar aquella identidad que les convierte en una Nación única y no solamente una entre otras.

Se ha hablado muchas veces del presunto destino incumplido de esta Nación, del laberinto de la soledad en el cual estaría aprisionada, de la geografía como destino que la entrampa. Para algunos, todo esto sería obstáculo para el diseño de un rostro unitario, de una identidad adulta, de una posición singular en el concierto de las naciones y de una misión compartida.

Que las miradas de ustedes, reposadas siempre y solamente en Cristo, sean capaces de contribuir a la unidad de su Pueblo; de favorecer la reconciliación de sus diferencias y la integración de sus diversidades; de promover la solución de sus problemas endógenos; de recordar la medida alta, que México puede alcanzar si aprende a pertenecerse a sí mismo antes que a otros; de ayudar a encontrar soluciones compartidas y sostenibles para sus miserias; de motivar a la entera Nación a no contentarse con menos de cuanto se espera del modo mexicano de habitar el mundo.

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