Editoriales
El inconmensurable drama humano que supone la acción de recoger en las playas de Europa el cuerpo sin vida de un niño proveniente de los países en guerras de Asia o África, desde luego tiene que mover la conciencia y el corazón de quienes se encuentran a un lado y otro del océano.
Según datos de la propia Comunidad Europea, durante el pasado 2015 llegaron a Europa más de dos millones de migrantes, éstos pretenden encontrar en los países que los reciben las condiciones de estabilidad económica y social que no existe en sus países de origen. Para los migrantes, el riesgo de vida y de desintegración familiar, desde luego es mejor opción que continuar en sus países hundidos en el caos, la miseria, la desesperanza y los fundamentalismos religiosos.
Una mirada sobre la historia del pasado siglo XX, nos remonta a la Primera Guerra Mundial (1914-1918), cuando Europa, en un acto unilateral e injusto se repartió e incluso creó países en Asia y en África sin considerar las naturales divisiones étnicas, religiosas y culturales entre los habitantes, haciendo prevalecer intereses económicos de explotación de petróleo y de otros recursos naturales de aquellas regiones, de manera que por la vía de los hechos, que no del derecho, los habitantes de enormes regiones de Asía y de África fueron sometidos por la fuerza de las armas al dominio europeo.
Hoy, precisamente los gobernantes, los políticos y en general los habitantes de la rica y estable Europa son quienes se quejan de la grave inestabilidad que está causando a sus sociedades y economías la ola de migrantes que los está invadiendo; llama la atención la falta de memoria histórica de los quejosos europeos, justamente porque a un siglo de distancia están experimentando las consecuencias de los abusos y las atrocidades que ellos propiciaron.
La historia de la explotación y esclavitud de África se remonta al siglo XV e incluso más atrás, ésta fue perpetrada y sostenida por los gobiernos y las monarquías europeas que durante siglos se beneficiaron con la explotación de mano de obra esclava y acceso ilimitado a metales y piedras preciosas, entre otros bienes. El drama inenarrable de los habitantes de países creados hace unas décadas como Iraq o Siria, que viven inmersos en guerras civiles, alimentadas por el comercio de armas y petróleo; en luchas internas protagonizadas por facciones militares y religiosas que detentan el poder, hacen evidente la motivación de los migrantes para huir, a riesgo de perderlo todo, incluso la vida y la familia, así se explica la presencia de niños muertos en las playas de Europa, que desde algún lugar de África o de Asia, posiblemente de la mano de sus padres, iniciaron una travesía que finalmente los llevó del otro lado del océano, pero sin vida.
En noviembre de 1993, fue fundada la Unión Europea, en el documento declaratorio de su creación se lee que entre sus objetivos está evitar las guerras, reconocer el derecho humano al libre tránsito y, en consecuencia, el derecho a buscar refugio y promover la paz. Al parecer ese ideario que los une debe ser recordado, y en su caso revisado ahora que cientos de miles de migrantes africanos y asiáticos se están introduciendo en su bello y próspero continente, precisamente porque es innegable la responsabilidad moral y jurídica de Europa en la tragedia que viven en África y en Asia. Los siglos de sometimiento y explotación de Europa en perjuicio de África y Asia exigen de los involucrados comprender que para bien o para mal, el futuro que pueden construir solo será posible asumiendo la memoria, es decir, la historia que los une.
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