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Como muchos de los conceptos de nuestra lengua, el de trabajo proviene del latín, y en una traducción simple se advierte que procede de tripaliare, que significa fatiga, cansancio, esfuerzo dolor, trabajo.
Tanto en la filosofía como en el derecho se ha definido al ser humano como homo faber, esto significa que es propio de su naturaleza racional, mediante su esfuerzo inteligente, aportarle valor a las realidades transformándolas en beneficio propio y de los demás.
El esfuerzo y el consecuente cansancio propios del trabajo, hacen evidente que para la persona la realidad no está dada sin más, a la manera de los seres salvajes adaptados naturalmente a su entorno. Para la persona es necesario trabajar sobre la realidad para incorporarle el valor y la utilidad que dejan la huella del trabajo humano; paradójicamente la fatiga y el esfuerzo desplegados en la acción de trabajar producen en la persona satisfacción, como efecto de la labor creativa que no sólo le aporta valor a la realidad sobre la que se trabaja, sino que además la persona misma se perfecciona con esa labor, de manera que más allá de la remuneración y la compensación económica, el trabajo es fuente de alegría, éste es quizás un signo claro que permite reconocer aquellas actividades que son trabajo: le aportan valor a la realidad y al perfeccionar a la persona, le producen alegría.
Gracias a la acción de trabajar, la persona no solo es productora de objetos de valor, bienes y servicios, además el trabajador se crea a sí mismo, trasciende la naturaleza de las cosas, modelándolas al imprimirles un valor que antes no tenían, en cierta forma, es posible afirmar que esto se logra gracias a la acción de trabajar.
Comprender a la persona en su dimensión trabajadora supone concebirla no solo como un ser que labora, sino que también colabora en la creación de objetos, bienes y servicios para la satisfacción de las necesidades humanas; esta dinámica de relación permite entender la dimensión de servicio, de vínculo y de comunidad propio de lo social, que también es laboral.
Las reflexiones anteriores permiten acercarnos a múltiples errores, confusiones y reduccionismos que hoy, posiblemente por ignorancia, están gravemente extendidos en la sociedad, de manera que no se advierte la dignidad que, como actividad propia del ser humano, posee el trabajo. Hoy se le aprecia como mercancía, sujeta a la oferta y la demanda del mercado, de hecho en la estructura de las empresas es común la existencia de un área de “recursos humanos”, donde el criterio de utilidad empresarial es el principio que rige las relaciones y tensiones laborales, frecuentemente injustas al imponer el interés de los dueños o patrones sobre el derecho humano del trabajador.
En la narrativa de crónicas y novelas se muestra que la historia de la humanidad da cuenta del dramático y nunca resuelto problema moral y jurídico que se produce cuando se niega, se conculca, se manipula o se rebaja este derecho humano fundamental al trabajo; de hecho en el discurso político se encuentra contenido en las legislaciones de todo el mundo y en gran cantidad de tratados internacionales.
El problema mundial de escases de puestos de trabajo, en sus múltiples vertientes: por falta de cualificación o por exceso, exige de los gobernantes decisiones y acciones concretas para resolver con eficacia la grave injusticia social que supone el desempleo. El indicador elemental de paz social está vinculado al derecho al trabajo digno, la falta de opciones laborales lícitas es fuente de violencia y corrupción.
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