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Los innegables retos políticos y de gobernanza que nuestro país está por encarar en este 2016 que inicia, desde luego son enormes; habrá campañas políticas para renovar gubernaturas en 12 estados; 388 diputaciones locales; 239 de mayoría relativa y 149 de representación proporcional, además de 965 alcaldías, de manera que la efervescencia social ante la posibilidad de cambio y alternancia de aspirantes y suspirantes a esos cargos impactará no sólo a los estados de Aguascalientes, Baja California, Chihuahua, Durango, Hidalgo, Oaxaca, Puebla, Quintana Roo, Sinaloa, Tamaulipas, Tlaxcala, Veracruz y Zacatecas sino a todo el país. En este orden de ideas, no es menor la consideración que debe hacerse ante la inminencia de la nueva configuración de la Sala Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, instancia máxima que conoce y resuelve en materia de derecho electoral y cuyos magistrados, en los hechos, poseen poder de interpretación y decisión similar al de los ministros de la Corte.
Diversos autores, tanto nacionales como internacionales han escrito miles de páginas sobre la democracia mexicana, que contienen serias y fundadas reflexiones, y desde luego, son de atender algunas advertencias y análisis que coinciden en la necesidad de considerar el grave nivel de desánimo y desconfianza que es común y va en aumento entre los ciudadanos electores, quienes cada vez se sienten menos convocados por las personas y propuestas de políticos que se mueven entre la incoherencia vital y la ambición patrimonial. En los hechos, sus discursos no alcanzan a motivar e ilusionar a los ciudadanos y ya en el ejercicio del cargo, sus gestiones de gobierno, con frecuencia, están salpicadas de corrupción e ineficiencia, así se explica que la democracia mexicana es más una aventura incierta que una forma de vida ordenada, pacífica y con rumbo, dirigida al progreso compartido.
Además, a estas reflexiones es necesario añadir que la dinámica política de nuestra complejísima institucionalidad ha dispuesto dos elementos adicionales que aumentarán riesgos, alteraciones y variaciones al horizonte de efervescencia que tendrá lugar en el primer semestre de este año, y que se concretará en la jornada electoral del 5 de junio próximo; me refiero a la fuerza y beligerancia creciente de la agrupación política de MORENA y al surgimiento, también con gran éxito y novedad, de las así llamadas “candidaturas independientes”.
De hecho, el caso del actual gobernador de Nuevo León ha puesto delante de nuestros ojos que es posible presentarse ante los ciudadanos, potenciales electores, sin el costosísimo aparato y compromisos de un partido político que lo respalde, y así, con la frescura del trato franco y directo, hablar de tú a tú con los ciudadanos respecto de los problemas comunes y las posibilidades de solución, ofreciendo rendir cuentas claras y estar abierto al escrutinio respecto de los miembros de su equipo de trabajo y de los dineros públicos que en el ejercicio de las obras de gobierno se emplean. Este caso confirma las experiencias latinoamericanas y de otras latitudes del mundo respecto del surgimiento de caudillos como líderes de la sociedad civil harta y fastidiada hasta el extremo, por los efectos de la corrupción de la política y sus políticos.
Desde luego, en este año de elecciones en 12 estados, para México será un gran reto que llena de incertidumbre nuestra dinámica social tan lastimada por los excesos y los abusos de políticos y servidores públicos que cotidianamente llenan las páginas de periódicos y redes sociales con sus malas acciones de gobierno.
En consecuencia, no es difícil esperar que en algunos de los 12 estados con procesos electores, surjan entre los políticos militantes en algún partido, —como de hecho ya ocurrió— quienes se presenten con la cara lavada, distanciándose del partido o partidos que en otro momento los acogió y que ahora se separarán para representar el papel de candidatos independientes, con una nueva imagen, en apariencia libres de ataduras ideológicas y compromisos políticos, para asumir el papel de salvadores y caudillos. Esa fragilidad de nuestra democracia genera una gran incertidumbre y desde luego no es garantía de mejor gobierno.
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