Editoriales
Las necesidades creadas por la publicidad y la sociedad de consumo, el deseo de libertad y autonomía propio de la adolescencia, la falta de acompañamiento y en ocasiones de comunicación y respeto entre padres e hijos adolescentes, la desorientación y soledad características de los primeros años de la juventud, la curiosidad y el deseo de aventura y de nuevas experiencias son factores que en su conjunto constituyen una mezcla riesgosa y de graves consecuencias para los jóvenes, por el resto de la vida.
En ciertos ambientes escolares de las preparatorias y universidades se están extendiendo prácticas de riesgo que ponen en situación de vulnerabilidad a las jóvenes alumnas de esos niveles escolares, donde cada vez es más frecuente la noticia de embarazos y de abandono de los estudios.
La posibilidad de disponer de un teléfono celular es casi obligada en jóvenes de entre los 15 y los 20 años de edad, de manera que estando en clases o en horas de escuela, reciben llamadas para ausentarse por algunas horas, tiempo que dedican a prácticas o actividades de prostitución a cambio de cierta remuneración. El modo de operar es simple salen de sus casas y acuden a la escuela, pero en el espacio de esas horas, en realidad realizan actividades ajenas por completo a la formación escolar, poniendo en grave riesgo su vida y su salud.
La aceptación de esas actividades de sexo servicio como una forma de “ganar dinero rápido” se está extendiendo entre estas jovencitas, que lo utilizan para comprar aquellas cosas que en sus casas no les pueden dar, al tiempo que, al menos en apariencia, continúan con sus estudios; así, las prácticas de prostitución en edad escolar suponen breves ausencias, no fáciles de identificar por los controles escolares, ya que con frecuencia suponen horarios flexibles y puertas abiertas.
La prostitución y la drogadicción, que necesariamente conducen a la violencia y a la delincuencia, son asechanzas reales, presentes en áreas cercanas a preparatorias y universidades, y son las jóvenes mujeres quienes se encuentran en situación de mayor vulnerabilidad. Como en tantos otros ámbitos de las dinámicas sociales, es urgente el diálogo constructivo entre los padres de familia, los académicos y las autoridades a fin de encontrar las mejores alternativas de solución frente a estos desafíos. Desde luego, no se trata de cancelar la libertad de las y los jóvenes, sino de encontrar la forma de evitar que las prácticas de riesgo se conviertan en mecanismo de acceso al dinero fácil, al tiempo que se altera de manera grave la autoestima, la personalidad, la salud y la vida de las jóvenes que aceptan el uso y abuso de su cuerpo a cambio de dinero.
Un reconocimiento elemental de la sexualidad humana permite comprender los roles de varones y mujeres, al tiempo que debe atenderse la urgente necesidad de educación, desde luego, con el cuidado y respeto propio de la dignidad humana, para que los jóvenes reflexionen y reconozcan como valiosas aquellas acciones que se relacionan con la intimidad y el amor, con el deseo de encontrar a una persona para compartir la vida y formar una familia.
Desalentar y denunciar las prácticas del así llamado “sexo seguro” y los actos de prostitución es responsabilidad de los padres de familia, de los académicos y de las autoridades. No es suficiente con evitar, en la mayoría de los casos, los embarazos no deseados. Las y los jóvenes en edad escolar no deben conviertirse en mercancía y diversión que se ofrece al mejor postor.
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