Editoriales
Hace 100 años, el científico alemán Albert Einstein dio a conocer en Berlín su Teoría de la Relatividad General; 10 años antes, había hecho otra aportación, la Teoría de la Relatividad Especial; ambas constituyeron la mayor aportación científica del siglo, al punto de cambiar desde los cimientos el estudio de la Física.
Albert fue un niño en extremo retraído, silencioso y solitario, que solo admitía cerca de él a su hermana Maya, dos años mayor; su madre gustaba de tocar el piano y el niño se sentaba en un rincón a escucharla, de ella aprendió el amor por la música, el orden y la paciencia. La familia Einstein vivía de un próspero negocio de venta de cereales que el padre de Albert compartía con su hermano Jacob; el propio Albert dejó asentado en su biografía que su padre le dio grandes e inolvidables lecciones de amabilidad y generosidad, y que su tío Jacob influyó considerablemente en él para el desarrollo de su pensamiento científico, de manera particular en su gusto por las matemáticas y la mecánica.
La poca sociabilidad que mostraba el niño Albert, llevaron a pensar que padecía algún tipo de retraso mental. Su desempeño en la escuela no fue sobresaliente, salvo en las materias relacionadas con los números, en general no se mostraba colaborativo ni le interesaba entablar relación con sus compañeros.
A la edad de 26 años, en un documento de cuatro páginas que lleva el título de Las ecuaciones del campo gravitacional, Albert Einstein explicó cómo se percibe el espacio y el tiempo en función de un sujeto no acelerado; esta explicación permite entender la relatividad del espacio y del tiempo, unidos a la gravedad y siempre desde la perspectiva del sujeto que no está en movimiento.
Las aplicaciones de este gran descubrimiento han permitido los desarrollos satelitales y de georreferenciación que, entre otras funciones, hacen posible los localizadores, es decir, los sistemas GPS, hoy de gran utilidad en la vida cotidiana; desde luego, el propio Einstein no alcanzó a imaginar la trascendencia mundial que sus estudios teóricos alcanzarían en la vida de todos los habitantes del mundo.
Einstein entendió que en la base de todo su desarrollo intelectual estaba el cálculo que hizo respecto de la velocidad de la luz, que es de 300,000 kilómetros por segundo, y ésta es constante respecto del sujeto que no está en movimiento. A medida que el tiempo y el espacio se aceleran, es decir, se acercan a la velocidad de la luz, se comportan de forma distinta: el espacio se contrae y el tiempo se detiene; los experimentos espaciales, de viajes a la Luna, han confirmado que cuando los astronautas regresan a la Tierra, presentan un envejecimiento menor al de las personas que aquí permanecen.
El aporte científico de los descubrimientos de Einstein ha originado uno de los giros más significativos para la historia. En 1992, a la edad de 42 años fue reconocido con el Premio Nobel de Física, y desde luego, su nombre, sus hallazgos y sus escritos siguen teniendo pertinencia y aplicación; redefinió el rumbo de la ciencia física al punto de haber marcado la historia de la humanidad.
Además, Einstein mostró gran preocupación por los regímenes totalitarios, sufrió la persecución nazi y tuvo clara conciencia de los riesgos inherentes a los gobiernos totalitarios, se manifestó como un hombre abiertamente pacifista y aprovechando la gran fama que consolidó, se pronunció con gran valentía en contra de las injusticias sociales y las opresiones. En uno de sus escritos se puede leer; conozco algo sobre la naturaleza, pero nada sobre los hombres; su legado y trayectoria lo identifican como el personaje más conocido e influyente del pasado siglo XX. Feliz año 2016.
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