Editoriales

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Esta colaboración toma el título de una de las afirmaciones más repetidas por el Papa Francisco en su reciente visita a Cuba y Estados Unidos, de manera que las frecuentes críticas y descalificaciones que se vierten sobre la familia en diversos foros académicos y sociales, vuelven nuestra reflexión sobre múltiples textos que versan sobre el tema, entre otros, La Política, de Aristóteles. Este autor del siglo IV a.C., afirma que en el hombre es más evidente y natural su vinculación familiar-conyugal que aquella otra que llamamos civil, al menos desde tres aspectos: en primer lugar porque la generación y crianza de los hijos exige la estabilidad familiar, en segundo porque toda sociedad civil está conformada por quienes previamente proceden de alguna familia, y en tercer lugar porque los bienes y su reparto se originan en la familia.
De las afirmaciones anteriores se sigue que el ser humano es naturalmente familiar, porque nace, crece, se educa y muere como ser necesitado que es. El propio Aristóteles afirma que el hombre nace hijo, es decir, vinculado a aquellos que lo engendraron y parieron; en términos humanos no es posible la generación espontánea, ni la soledad creadora, el nacer de una persona ocurre en la realidad de la unión de mujer y varón, unido por la genética a sus descendientes, así se explica la radicalidad de la dependencia humana respecto de lo familiar y consecuentemente de lo social.
La posibilidad de realizar por separado las tareas y funciones propias de la estabilidad y permanencia de la familia, desde luego no ignora o niega el enorme horizonte de la libertad humana; siempre ha sido posible descomponer los elementos de esa institución que de manera integral suponen los lazos y las dinámicas familiares: el amor, la unión sexual, la procreación, la crianza y educación de los hijos son acciones y tareas que pueden realizarse en múltiples circunstancias y contextos, con resultados también diferenciados.
La necesidad de ayuda y acompañamiento que requiere el ser humano, es tan exigente y prolongada en el tiempo que, a lo largo de la historia, la misma condición social y racional ha encontrado en la familia y su estabilidad y permanencia el medio ideal para la formación de las personas. Si lo pensamos bien, la necesidad de la familia trasciende con mucho el imperativo de sobrevivencia de la especie, esa razón de carácter biológico es real, pero no es la única, ni ciertamente la más importante.
Más allá de los conflictos y las desavenencias, de los defectos y limitaciones que existen en toda familia, porque se trata de organizaciones humanas no exentas de fallas personales de sus miembros, lo cierto es que es un error suponer que existen sustitutos mejores a la familia, como si en verdad fuera posible remplazar o modificar los roles fundantes del orden social.
Cuando el Estado, por medio de su institucionalidad se subroga en el papel de padre, madre y educador, en realidad realiza funciones asistenciales de gran valía y significación en muchos casos; sobre todo cuando se trata de casos de violencia y explotación de menores. Siendo sensibles al enorme drama que suponen esas tragedias cada vez más frecuentes, es claro que al Estado no le compete cumplir con los deberes que no acataron los padres, sencillamente porque se trata de instituciones sociales cuyos fines son diferentes aunque complementarios. La educación de los hijos supone la existencia de un presupuesto de amor y autoridad propio de los padres, que se fragua en la dinámica de la convivencia familiar para guiar, comunicar y enseñar un sentido correcto del orden social a los hijos.
En el mundo actual, cada vez se hace más urgente reflexionar sobre la dignificación de la familia, debemos ser capaces de superar la actitud de espectadores sorprendidos frente a la crisis moral que advertimos en tantas formas de corrupción e impunidad. Quienes cotidianamente realizan acciones de violencia al orden social, necesariamente provienen de alguna familia, de manera que en la raíz de los múltiples problemas éticos de nuestro entorno se hace manifiesta la crisis familiar. Tomar conciencia respecto de las graves consecuencias sociales del fracaso familiar exige realizar acciones afirmativas que protejan el núcleo fundamente del orden social.
El Papa Francisco ha insistido en que las familias no son un problema, sino una oportunidad, porque son escuelas de la humanidad. Es cierto, no existen familias perfectas, no existen esposos perfectos, ni padres perfectos, ni hijos perfectos, ni suegras perfectas, pero eso no impide que no sean la respuesta del mañana de la humanidad.
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