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El célebre escritor británico, William Golding, Premio Nobel de Literatura 1983, quien nació en Inglaterra en 1911 y falleció en 1993, precisamente diez años después de haber recibido la máxima distinción literaria, es autor, entre otras muchas obras, del famosísimo “Señor de las moscas”, novela ambientada en una isla deshabitada, donde un grupo de niños de edad escolar es sobreviviente de una catástrofe aérea. Con el paso de los días y las semanas solos, sin presencia adulta, la tensión y la violencia por sobrevivir y ser rescatados va aumentando haciendo surgir entre ellos liderazgos positivos y negativos, de manera que la maldad, la arbitrariedad y el abuso se imponen. Antes de ser rescatados ya han dado muerte a algunos de sus compañeros.
A lo largo del relato, con la maestría y sutileza del gran escritor que fue, Golding conduce al lector a reconocer en esos niños no sólo la pérdida de su inocencia infantil, sino el tránsito en la descomposición de la sociabilidad humana. En esa obra muestra que tolerar pequeñas transgresiones propicia conductas delictivas que nublan el reconocimiento del bien en el grupo social, y permitir que el mal se imponga con el poder de la fuerza y la violencia, conducen a todos a la destrucción.
La lectura del “Señor de las moscas” nos aporta grandes reflexiones cuya vigencia es evidente, precisamente porque la conducta humana siempre ha estado enfrentada a la doble posibilidad de ser: humana e inhumana, éste es el riesgo de la libertad que se concreta en cada decisión, de manera que con los actos que realiza cada persona construye su vida de forma digna, acorde con el ser humano que es, o por el contrario, decide conducirse de manera patológica e indigna.
Toda la realidad, en la que de hecho tiene verificativo la vida y condición social del ser humano claramente nos refiere a la existencia de leyes que es preciso conocer y respetar para actuar de manera asertiva, porque son expresión del bien, éste es el sentido profundo del estudio de la ecología, el derecho y la ética. Así se explica que también la condición humana, como parte de la realidad que es, se rija por leyes profundas o morales mucho más exigentes que las leyes legales y este reconocimiento nos permite distinguir con toda facilidad entre comportamientos buenos y malos, justos e injustos, debidos e indebidos.
Cualquier persona puede distinguir como un bien el respeto por la vida y el reconocimiento de la dignidad de otras personas, y también puede identificar que no honrar la palabra dada, la discriminación, la traición o el robo, entre otras cosas, suponen conductas reprobables; así se explica que el comportamiento humano está sujeto a obligaciones, es decir, a leyes morales y legales. Aun cuando a lo largo de la historia de la humanidad existan transgresiones, tal como muestra el célebre Premio Nobel británico en su novela, esas acciones no cambian ni la naturaleza humana, ni de las cosas, del mismo modo en que los errores cometidos al realizar una operación matemática no alteran el valor de los números.
Las leyes morales son anteriores a las leyes legales, entenderlo de otra manera sería tanto como afirmar que el homicidio y el robo no eran injustos e indebidos antes de estar contenidos en una ley legal, lo que de hecho es absurdo. De manera que si la ley legal fuera justa por el solo hecho de ser promulgada sin importar su contenido, los regímenes políticos que violan legalmente los derechos humanos no serían injustos. Estas reflexiones nos permiten concluir que la contradicción aparente entre ley legal y ley moral se supera volviendo la mirada al estudio de la ecología, el derecho y la ética.
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