Editoriales

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Al más puro estilo de la civilización que 3,000 años atrás inventó las tragedias, el domingo pasado los griegos —pueblo y gobierno— votaron por un contundente no a la aceptación de las medidas de austeridad que les pretende imponer el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Unión Europea.
Alexis Tsipras, actual presidente, logró motivar a sus compatriotas con frases encendidas de un emotivo nacionalismo para que en el plebiscito de hace unos días se pronunciaran por no aceptar las medidas de austeridad impuestas por sus múltiples acreedores, así, con una votación de 65.5% obtuvo el resultado deseado. Desde luego la situación para ese país y para Europa no se advierte como de fácil solución y la violencia social puede extenderse a otros países como España, por ejemplo, donde los problemas del endeudamiento con la Unión Europea también les están exigiendo drásticas medidas de austeridad que, como siempre, impactarán a los jóvenes por el desempleo y a los ancianos por las restricciones en el sistema de pensiones y en el acceso a los servicios de salud.
Sin exagerar, la gravedad de la situación financiera de Grecia alcanza el nivel de la quiebra, haciendo inminente no sólo tomar medidas extremas de ajuste del gasto público, sino también la imposibilidad de pagar las pensiones a esa gran masa de la población que en su momento generó un derecho y hoy al gobierno le será muy difícil cubrir.
Después que pase la euforia de este pretendido triunfo del presidente Tsipras, la dura realidad se impondrá, mostrando la falta de dinero, el desempleo y la imposibilidad del gobierno para prestar los mínimos servicios públicos. En ese contexto de crisis económica extrema, las multitudes que hace unos días salieron a votar por la no aceptación de las condiciones de los acreedores, sentirán en carne propia las consecuencias del colapso de sus dinámicas sociales y comercio, colocando a la población en situación de desesperación, hambre y violencia.
Desde luego, la negativa del pueblo y gobierno griego a aceptar el paquete de rescate propuesto por sus acreedores, al interior del país puede suponer un triunfo político, pero en realidad es un fracaso social respecto al futuro y al horizonte de desarrollo de ese país. Si los acreedores aceptan el no de los griegos y se vuelven a sentar a la mesa a negociar condiciones más suaves que las propuestas originalmente, estarán mandando un mensaje de debilidad al resto de los países de la Unión que también están en problemas financieros, entre otros, España, Italia, Irlanda y Portugal, si esto llegara a suceder el problema social se puede extender hasta llegar a ser incontrolable y pondría en crisis incluso el futuro de los países acreedores, entre ellos, Alemania, Francia, Holanda y Austria.
Para la Unión Europea, la deuda de Grecia es real y objetiva, se trata de 340 mil millones de Euros, es decir, poco más del 175% del PIB de ese país. Una cantidad tan grande exige responsabilidad social y no política emotiva para resolver sus problemas, de manera que la apasionada respuesta del pueblo griego, a la manera de una tragedia, no cancela su deuda ni soluciona sus problemas; esa manifestación de repudio colectivo a los acreedores no borra sus cuentas pendientes y se hace muy difícil imaginar un acuerdo más suave.
Por doloroso que resulte pensarlo, para la Unión Europea Grecia se está convirtiendo en una especie de tumor canceroso, y por el bien del resto de la Unión debe ser tratado y contenido en sus efectos negativos antes de que se extienda y contamine al resto; sin dinero para operar no pueden funcionar los bancos, ni los servicios públicos, ni las mínimas dinámicas sociales de un país. Así, por más emotiva y contundente que haya sido la victoria política del presidente Tsprias al inspirar a sus compatriotas a decir no a las exigencias de sus acreedores, la voluntad de la mayoría no cambia ni cancela su deuda ni las inminentes consecuencias negativas.
Pretender que se puede vivir gastando el dinero que no se tiene, pidiendo préstamos que de sobra se sabe que no se pueden pagar, es un modo de gobernar y hacer mala política, ésa que confunde la economía con la demagogia y conduce al pueblo al desastre. La lección griega detrás de esta tragedia es evidente, todos los préstamos tienen un límite y nadie, ni en lo personal, familiar o nacional puede habituarse a vivir gastando lo que no produce, lo que no tiene, ni consumiendo lo que no puede pagar.
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